Diócesis de Temuco

Carta Pastoral Conferencia Episcopal de Chile: Chile, un hogar para todos

Los obispos del Comité Permanente del Episcopado presentaron este martes su carta pastoral “Chile, un hogar para todos”, en la que plantean propuestas y desafíos para construir una sociedad más humana y justa, “donde nadie puede sentir la exclusión en la tarea de hacer de Chile una nación fraterna y solidaria, fundada en el amor a Dios y al prójimo”.

El documento fue presentado por Mons. Santiago Silva, presidente de la Conferencia Episcopal, acompañado por el vicepresidente, Mons. Cristián Contreras V., el secretario general, Mons. Fernando Ramos, y los otros dos miembros del Comité Permanente, Card. Ricardo Ezzati y Mons. Juan Ignacio González.

A la ceremonia, que se realizó en el aula magna de la Casa Central UC, asistieron, entre otras autoridades, el Nuncio Apostólico, Mons. Ivo Scapolo, el Subsecretario General de la Presidencia, Víctor Maldonado, el Comandante en jefe del Ejército, Gral. Humberto Oviedo, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, el rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Ignacio Sánchez, dirigentes de agrupaciones empresariales, sindicales, organismos de la sociedad civil, agentes pastorales laicos y consagrados.

En la carta pastoral, los obispos afirman que Chile requiere de todos los actores sociales para que, a partir de una nueva concepción de la amistad cívica y respetando las legítimas diferencias, se ponga a la persona humana como centro de los esfuerzos comunes, alejándonos de las visiones meramente ideológicas o economicistas.

Humanizar para superar el individualismo. Sostienen que el desarrollo técnico se ha puesto a menudo al servicio de intereses particulares, deshumanizando las relaciones sociales. “Las confianzas y las instituciones se han debilitado por doquier; la mentalidad liberal individualista se ha ido generalizando, destruyendo vínculos y responsabilidades políticas”.

La familia necesita un fuerte apoyo. A juicio de los obispos, el sistema económico y laboral amenaza a la familia. Complejos turnos de trabajo, jornadas laborales que se extienden e invaden el hogar, y en algunas ciudades un sistema de transporte defectuoso, va privando a la familia de sus esenciales tiempos de comunión y encuentro.

Coherencia en la defensa de la vida. Al respetar y promover la vida humana, en todas sus dimensiones, la Iglesia rechaza el aborto, como asimismo las escandalosas e injustas desigualdades sociales, la usura, la eutanasia y la discriminación arbitraria. Los obispos ahora redoblan su esfuerzo para seguir acompañando a las mujeres que viven situaciones límite en su embarazo, a las que deciden continuar con él y a las que piensan que el aborto es una solución.

Violencia contra mujeres, ausencia del padre. Junto con expresar su cercanía a mujeres que sufren agresión y violencia, abandono y discriminación, enfermedad y desesperación, también se refieren a la orfandad de padre en una sociedad machista que solo ve en el padre un instrumento de producción y ganancia.

Acoger a personas separadas. Los obispos afirman, respecto de la situación eclesial de las personas separadas que han formado una nueva unión, que la pastoral y catequesis matrimonial ha de fundarse en el criterio que plantea el Papa Francisco en su exhortación apostólica “La Alegría del amor”, sobre el amor en la familia: “discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar, y sobre todo a integrar”.

Diversidad sexual e identidad de género. El documento reafirma que las personas homosexuales merecen ser tratadas con el respeto que todo hijo e hija de Dios se merece, y acogidas con respeto, compasión y delicadeza, evitando todo signo de discriminación injusta. Al mismo tiempo, recuerda que corresponde a hombre y mujer reconocer y aceptar su identidad sexual. Preocupa a los obispos ciertos enfoques sobre la identidad de género promueven una legislación que desvincula radicalmente la identidad personal y la intimidad afectiva de la diversidad biológica entre hombre y mujer.

Juventud y niñez. Los obispos valoran la pasión de los jóvenes por la justicia: “Cuánto bien nos haría a los adultos aprender de la honestidad y transparencia de tantos jóvenes que se expresan con sencillez, autenticidad y llaman a cada cosa por su nombre”. A la vez, piden una urgente reforma del SENAME que efectivamente ponga en el centro el bienestar y la vida y divinidad de los niños y niñas.

La riqueza. Un apartado se refiere a la relación de las personas con el dinero. Afirman los pastores que el dinero no es Dios y por eso repugna que muchas relaciones actuales se basen en la búsqueda de la riqueza como un ídolo. “Cómo quisiéramos volver a aquellas costumbres de probidad y sobriedad que aprendimos de nuestros mayores”, señalan.

Pobreza y desigualdad. El documento constata que, a pesar de los esfuerzos desplegados contra la desigualdad, no han sido suficientes ni de tal manera localizados en quienes tienen mayor necesidad. “Quienes tienen más, pues han accedido a los bienes y posibilidades mejores en estos años, tienen una gran deuda con sus hermanos más pobres y desamparados”. También se refieren a la existencia de grupos que, por su posición social y su dinero, ejercen un poder real defendiendo sus intereses, a veces abusivamente vulnerando la ética y también infringiendo las leyes para sacar mayores dividendos particulares y, como consecuencia, manteniendo las desigualdades.

El fenómeno de la inmigración es un reto social. Los inmigrantes, “muchas veces sufrientes y solos, deben ser acogidos, protegidos, integrados y promovidos en una fraternidad real y sincera (…) ofreciéndoles condiciones dignas y humanas de vida y trabajo, evitando todo tipo de discriminación”. La Iglesia abre sus puertas para acogerles.

La dignidad de la persona y de los más vulnerables. La dignidad inalienable e intransferible de toda persona humana lleva consigo el respeto debido a cada persona. Más aún, mientras más débil, más respetable. En esa convicción se funda el respeto a los adultos mayores, más aún a quienes no son autovalentes, así como a las personas con capacidades especiales. En consecuencia, es deber de la sociedad y del Estado establecer, organizar y sostener políticas públicas dotadas con suficientes recursos al servicio de estas personas y otros grupos vulnerables, como asimismo sustentar económicamente la labor que, con abnegación y cariño, asumen muchas instituciones de la Iglesia y otras entidades solidarias y caritativas.

Justicia y paz para la Araucanía. Respecto de esta región que el Papa visitará, los obispos esperan que el fruto de la última comisión asesora presidencial y las políticas anunciadas verdaderamente puedan traducirse en caminos de paz y justicia para la región. Asimismo, ratifican su “voluntad de hacer justicia respecto de la deuda histórica del Estado de Chile con el pueblo mapuche y otros pueblos originarios, respetando y valorando su identidad y cultura, superando así siglos de trato indigno y expresiones de violencia”.

Droga y violencia. Plantean los pastores que el país parece impotente frente a las drogas y el alcohol que, junto a la pobreza y otros factores están en la base de las diferentes y despiadadas formas de violencia que afectan a nuestras sociedades. Argumentan que la violencia en el hogar, el abuso a menores de edad y las sofisticadas formas de delincuencia, generan una sensación de temor en importantes grupos sociales.

Justicia, sin impunidad, pero con clemencia. Respecto de la situación en las cárceles, los obispos afirman que se violan algunos derechos fundamentales de las personas privadas de libertad. En tal sentido, reiteran su deseo de que la sociedad ofrezca a privados de libertad que padecen enfermedades terminales o están en grave deterioro de sus facultades mentales, cualquiera haya sido la razón de su condena, la posibilidad de terminar su cumplimiento con arresto domiciliario. Y dejan planteada esta dramática pregunta: ¿qué hogar, qué sociedad, qué Chile espera a quien abandona la cárcel?

Reivindicar la “altísima vocación” de la política. Los obispos aseguran que la crisis de la política amenaza gravemente la democracia y la convivencia cívica. Esto por una profunda desconfianza por la colusión entre política y dinero, y por una sensación de promesas incumplidas. Pero aclaran que el actual desprestigio hace más urgente que la ciudadanía ejerza su responsabilidad cívica y que se cambie profundamente el modo de hacer política. La política es una actividad noble, indispensable para preservar la sana convivencia. Su centro y su fin es el ser humano. Al servir al “bien común”, vela por el bien de todos, defiende derechos universales, respeta diferencias y se preocupa por los más débiles. Los obispos animan a los chilenos, especialmente a los jóvenes, a aportar sus mejores sueños para Chile participando activamente en partidos y movimientos políticos.

Cuidar la “casa común”. Los pastores consideran urgente volver a la relación más íntima del ser humano consigo mismo, con los demás, con todos los seres vivientes y la Creación. Estiman que la explotación irracional de la naturaleza termina haciendo sufrir a los más pobres y destruyendo nuestro propio futuro: “Es necesario modificar conductas colectivas e individuales, establecer políticas efectivas de cuidado y preservación del medio ambiente y una institucionalidad fuerte que permita la defensa de los bienes naturales que el Creador nos ha entregado”.

Educación: formación humana integral. En la Carta, los obispos expresan que los niños y jóvenes de Chile no sólo requieren aprender conceptos y técnicas orientados a la competencia laboral. Ante todo, y sobre todo, necesitan recibir una formación humana integral que les permita desarrollarse en plenitud como personas, en todas las dimensiones de lo humano, sin excluir la mirada desde la trascendencia. Necesitan espacios donde poder sincerar sus preguntas y discernir, a la luz de la razón y la fe, de su realidad y contexto, de la cultura y las ciencias, sobre el sentido de su vida, sobre la profundidad de lo humano, sobre su identidad y vocación en el mundo. “Una sociedad que pone al ser humano en el centro de su preocupación no puede contentarse con formar sólo en competencias laborales y técnicas. Educar es mucho más que eso”. En esa línea, El horizonte de sentido en la vida comunitaria no puede estar ausente en los planes oficiales de la enseñanza, y por eso asignaturas como educación religiosa y filosófica, cultura cívica e histórica, el amor al entorno, no pueden ser prescindibles.

Mejorar el modo de relacionarnos. Según los obispos, cuando las metas de vida se reducen al éxito y al bienestar individual, la calidad de la relación interpersonal se opaca y deteriora. Porque tratarnos mejor mejora nuestra calidad de vida y la convivencia social, invitan a desterrar la sospecha como actitud básica, conocernos entre vecinos, saludarnos, dar las gracias, escuchar con atención, conducir correctamente, entre otras disposiciones.

Recuperar la confianza. Afirman que la desconfianza es el virus más destructivo que ataca a una sociedad. A veces se origina en el abuso de una transparencia exacerbada que busca saberlo todo de todos. En otros casos, como los que hemos vivido diversas instituciones del país, la desconfianza se ha fundado en el descrédito de personas y organizaciones que han actuado en forma abusiva, vulnerando la dignidad de personas, utilizando de modo impropio el acceso a ciertas redes de poder, proveyendo recursos de modo ilegal o inmoral, defraudando a consumidores y clientes en servicios que no se prestan o se prestan mal, aprobando iniciativas y proyectos que han resultado ser fruto de la mentira y el aprovechamiento. En muchos casos, la desconfianza se explica por una legítima indignación. Expresan que “para restablecer los puentes rotos no basta con enmiendas legales o procedimientos administrativos. Las heridas humanas deben repararse humanamente. No hay monto de dinero que apacigüe la desolación ni fármaco que cure la decepción del engaño. Volver a confiar significa la posibilidad de mirarnos de nuevo a los ojos, de reconocernos hermanos y de poder caminar juntos. Para procurar el reencuentro, no basta con pedir perdón. La persona ofendida nos espera renovados, convertidos: somos invitados a cambiar, a ser otros, a actuar distinto, mejor, por el bien de nuestro Hogar”.

Concluye la Carta Pastoral del Comité Permanente del Episcopado recordando que “la felicidad de Chile, hogar de todos y todas, dependerá del esfuerzo que juntos despleguemos, unos en favor de otros, por el bienestar común, por la dignidad de cada uno y cada uno, especialmente de los más vulnerables entre nosotros”.