Profundizando en las consecuencias de las relaciones humanas por esta pandemia, Monseñor Héctor Vargas Bastidas, ahonda esta situación en su columna dominical publicada en el diario Austral de la ciudad de Temuco, del 3 de enero.
La gran crisis sanitaria de COVID-19 2020, se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimenticia, económica y migratoria, y causa grandes sufrimientos y penurias. Es doloroso constatar, que junto a enormes testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que siembran muerte y destrucción. Esto nos enseña la importancia de hacernos cargo los unos de los otros, para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Urge una Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día.
El nacimiento de Jesús que celebramos y su misión, encarnan el punto culminante de la revelación del amor del Padre por la humanidad. En su compasión, Cristo se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él. Con el don de su vida y su sacrificio, nos abrió el camino del amor y dice a cada uno: “Sígueme y haz lo mismo” (cf. Lc 10,37).
Esta forma de concebir la persona, nacida y madurada en el cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación. Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento que se aprecia o desecha sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la misma dignidad, de la que derivan los derechos y deberes humanos.
Por tanto cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su realización cuando está al servicio del bien común, es decir del conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y cada uno de sus miembros, conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. Así, la solidaridad expresa concretamente el amor por el otro, no como un sentimiento vago, sino como determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todas y todos. La solidaridad que nos ayuda a ver al otro no como una estadística, sino como nuestro prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el banquete de la vida, es un camino privilegiado para construir la paz.
En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales, pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común. Que nuestro compromiso personal de formar una comunidad compuesta de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros, sea el mejor augurio por un 2021 mejor.