En 1980 tuvimos el último Congreso eucarístico. Muchas personas recuerdan lo gratificante que fue para todo Chile, en momentos complicados de nuestra vida social, recibir en los hogares la visita de un «Cristo Peregrino» que nos convocaba a la Eucaristía, a vivir la fe en comunidad y a construir un Chile en paz. Hoy, como nunca, la espiritualidad se nos diluye, entre otras razones, por la presión que la vida de cada día nos impone. Frente al frenesí de la vida, la solución no es detenernos ante «algo». Esto es lo que precisamente nos llena de ansiedades y deseos no satisfechos, pues los bienes materiales que nos presentan no logran otorgarnos aquella paz, aquellas relaciones interpersonales y aquel sentido de vida que nos hace felices. Es hora de contemplar a «Alguien», no a cualquiera, sino a Jesús que sale a nuestro encuentro para ofrecerse en diálogo y, por la Eucaristía, en Palabra que da sentido y en Alimento que fortalece nuestro caminar.
El Congreso Eucarístico es tiempo y espacio salvífico, porque es encuentro con el Salvador. Es recuperación del sentido de la vida y de la experiencia de comunidades alimentadas por la Palabra. La contemplación, si es auténtica, se transforma en «testimonio» y en «salida misionera» con el rostro impregnado del Resucitado gracias a la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía compartida como hermanos en la fe y ciudadanos de este Chile. Alberto Hurtado decía: «¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!». La vivencia del misterio de la Eucaristía se prolonga en solidaridad, porque alimenta el seguimiento de Aquél que se hizo uno de nosotros para compartir con nosotros el sentido de la existencia y revelarnos la vocación y dignidad de toda persona y de su destino final junto al Padre Dios. La vivencia del misterio de la Eucaristía nos impulsa a ser cada vez más una Iglesia en salida para escuchar, anunciar y servir.
Tendremos la gran oportunidad como nación y en nuestra diócesis, parroquias, colegios, Universidad, y Movimientos reunidos en torno a la Eucaristía, de profundizar el mensaje que nos ha dejado el Papa Francisco. La reflexión sostenida de su mensaje sin perder de vista los contextos socio–políticos de nuestro país, y la fuerza de gracia propia de la Eucaristía nos transformarán en testigo de la Buena Noticia y en constructores de una sociedad traspasada por los valores del Evangelio. En el año que celebramos los 200 años de independencia (2018), ¿por qué no trabajar intensamente en torno a bases mínimas de acuerdo social, junto a todos los chilenos de buena voluntad, para hacer de «Chile, un hogar para todos»? ¡El país y sus desposeídos lo reclaman a gritos!. La visita del Papa Francisco y el Congreso eucarístico que la continúa, significarán un programa concreto y renovados impulsos para que la patria se replantee y proyecte en su vocación de respeto, fraternidad y equidad.