Con motivo del tercer aniversario de la encíclica “Laudato si” sobre el cuidado de la casa común, el Papa Francisco invita a «escuchar con el corazón» los gritos cada vez más angustiosos de la tierra y de sus pobres en busca de ayuda y responsabilidad, y para atestiguar la gran urgencia de acoger la llamada de la Encíclica a un cambio, a una conversión ecológica, Dar testimonio del compromiso inaplazable de actuar concretamente para salvar la Tierra y la vida en ella, partiendo del presupuesto de que «todo está conectado» concepto-guía de la Encíclica, en la base de la ecología integral.
La comunidad científica afirma que el ritmo de consumo, desperdicio y alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, terminará en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones. Hay un peligro real de dejar a las generaciones futuras escombros, desiertos y basura. De hecho, la atenuación de los efectos del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora. La humanidad tiene el conocimiento y los medios para colaborar con este propósito y, con responsabilidad, cultivar y proteger la Tierra de manera responsable. Todos los gobiernos y ciudadanía organizada, estamos interpelados a fomentar la cultura y la práctica ecológica integral como el desarrollo humano.
Para ello, se necesita también un cambio en el paradigma financiero. Las organizaciones internacionales, como, por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, pueden favorecer reformas efectivas para un desarrollo más inclusivo y sostenible. La esperanza es que las finanzas vuelvan a ser un instrumento encaminado a producir mejor riqueza y desarrollo, así como el cuidado del medio ambiente.
Por último, la confrontación y el compromiso por nuestra casa común deben reservar un espacio especial a dos grupos de personas que están en primera línea en el desafío ecológico integral y que serán el tema central de los próximos dos Sínodos de la Iglesia católica: los jóvenes y las poblaciones indígenas. Por un lado, son los jóvenes quienes deberán enfrentar las consecuencias de la actual crisis ambiental y climática. Por lo tanto, la solidaridad intergeneracional no es una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán. Por otro lado, es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales.Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino que es don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores.
Que san Francisco de Asís continúe inspirándonos y guiándonos en este camino y que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza. Después de todo, el fundamento de nuestra esperanza descansa en la fe en el poder de nuestro Padre Celestial.