El Obispo de la Diócesis San José de Temuco se refiere en su columna publicada el domingo 26 de mayo, en el Diario Austral de la ciudad de Temuco.
Los Padres fundadores en 1957 dieron vida a aquella realidad política, económica, cultural, pero sobre todo humana, que hoy llamamos la Unión Europea. Se trataba, del bienestar material de esos pueblos, de la expansión de sus economías, del progreso social, de posibilidades comerciales e industriales totalmente nuevas, pero sobre todo, de una concepción de la vida a medida del hombre, fraterna y justa. Esos Padres nos recuerdan que Europa es ante todo una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar.
Y el primer elemento de la vitalidad europea es la solidaridad. «La Comunidad Económica Europea –declaró el Primer Ministro de Luxemburgo Bech– sólo vivirá y tendrá éxito si, durante su existencia, se mantendrá fiel al espíritu de solidaridad europea que la creó y si la voluntad común de la Europa en gestación es más fuerte que las voluntades nacionales». Ese espíritu es especialmente necesario ahora, para hacer frente a las fuerzas centrífugas, así como a la tentación de reducir los ideales fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y financieras.
Dejémonos interpelar por este ejemplo de apasionado compromiso en favor del bien común, por la convicción de formar parte de una obra más grande que sus propias personas y por la amplitud del ideal que los animaba. Su denominador común era el espíritu de servicio, unido a la pasión política, y a la conciencia de que en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo, a partir del cual se sentaron sus bases políticas, jurídicas y sociales, sin el cual los valores occidentales de la dignidad de la persona humana, libertad y justicia resultan incomprensibles. Ello está a la base de la unidad del alma europea. En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente.
La crisis del Brexit, hace necesario que la UE vuelva a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad impuesta por razones ideológicas, o populismos,o el triunfo de los particularismos, o la progresiva lejanía afectiva de sus instituciones. A la política le corresponde esa leadership ideal, con espíritu de solidaridad y subsidiaridad, políticas que hagan crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, ya que su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su identidad es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural.
Europa tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, capaz de plantearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de intolerancias, atropellos y radicalismos. Todas lecciones, a la hora de enfrentar los desafíos de nuestra Araucanía.