Ante los dolorosos acontecimientos que vivimos en estos días, más allá de la necesidad urgente de enfrentar sus graves consecuencias por el bien de toda la población, con responsabilidad y de acuerdo a las exigencias del Estado de Derecho, se requiere reconstruir la convivencia social, el bien común, el diálogo, basados en la amistad cívica, y en el pleno respeto de la vida y la dignidad de cada persona. En la trasgresión a estos valores, de algún modo, todos tenemos parte de responsabilidad, y por ello exigidos en la búsqueda y compromiso de soluciones. Es un imperativo ético. Antes de buscar culpables en el ámbito que sea, se requiere un gran mea culpa a nivel personal, familiar, social, político, económico y mediático, respecto de la sociedad que hemos venido construyendo entre todos, y si ésta es la sociedad que en realidad necesitamos.
Este momento interpela de algún modo, las conquistas democráticas, sociales y económicas logradas en las últimas décadas, reclama de interpelaciones profundas a toda la sociedad, buscando promover el cambio personal y de estructuras. Hoy los ciudadanos quieren ir más allá y quieren formar parte de la toma decisiones, que éstas se tomen de cara al país. La solución es compleja, requiere de una profunda reforma estructural a nuestras instituciones, que se haga cargo de las nuevas formas de participación de los ciudadanos, que sea capaz de responder a las expectativas de estos.
Lo anterior implica el fortalecimiento del ethos público, que en primer lugar, exige superar el individualismo asocial y abrirse a un sentido de comunidad. En otras palabras, tener un sentido del «nosotros». Entonces, la pregunta clave en lo social no es lo que le conviene a un individuo o grupo social, sino lo que conviene al país. Es pensar desde el bien común, recordando que el significado profundo de la convivencia civil y política, no surge inmediatamente del elenco de los derechos y deberes de la persona, sino en la amistad civil y en la fraternidad. Se trata de un principio que lamentablemente se ha quedado en gran parte sin practicar, en las sociedades políticas modernas y contemporáneas, sobre todo a causa del influjo ejercido por las ideologías individualistas y colectivistas.
Es por ello que el Papa Francisco insiste en que las clases dirigentes han de estar conscientes que también el resto de la sociedad puede aportar a la hora de interpretar correctamente la realidad y ofrecer respuestas los problemas que la afligen, reconociéndole el papel de protagonista de su historia. En consecuencia, la política debiera ayudar a hacer emerger lo mejor de las personas y colectivos que constituyen la alteridad y diversidad social, sin perder la unidad de la comunidad humana concreta. En este sentido el rol del Estado, las políticas públicas, la autonomía activa de la comunidad social y las organizaciones intermedias, son sustantivas para dar pasos a un Chile más justo y fraterno.