“ Ante la experiencia de la vulnerabilidad total de nuestra condición humana, volvemos a levantar la mirada y el corazón al Dios de la Vida…”,palabras publicadas en la columna dominical del 22 de marzo, en el Diario Austral de la ciudad de Temuco, donde el Obispo de la Diócesis San José de Temuco, Monseñor Héctor Vargas Bastidas, nos entrega en este tiempo tan especial que vivimos como humanidad.
Ante la pandemia del coronavirus que azota al mundo, un porcentaje no menor de la población experimenta angustia, incertidumbre ante lo que puede venir, temor y sobre todo mucha vulnerabilidad. Parte del desconcierto, quizás, brota de esta repentina e inesperada situación, que de la noche a la mañana ha puesto en crisis el mundo que veníamos construyendo. En efecto, todo aquello en que habíamos puesto toda nuestra confianza y que nos daban razones para vivir y luchar, como la diversión y el carrete, el poder que viene de la política, las ideologías, los negocios y la economía, la violencia y las guerras actuales, las divisiones y amenazas entre las superpotencias, el brillo de los grandes logros de la ciencia y la tecnología, enmudecen ante este flagelo y quedan sin respuesta ante un hecho del cual no tenemos aún todas las respuestas.
Lo anterior nos ha obligado a volver a poner en el centro de la atención la vida y dignidad de cada ser humano, su valor, su salud, bienestar. Y entonces resurge con mucha fuerza, la preocupación por la persona al margen de su condición económica, social, política, étnica o religiosa. Los grandes conflictos que estaban en el centro de la noticia parecieran disolverse, y nace el anhelo de los acuerdos, de la búsqueda del bien común y de la colaboración mutua. Es que por encima de todo hay valores mayores, esenciales que todos estamos llamados a respetar y que en algún momento perdimos por el camino y los depreciamos.
Es por ello que con una fuerza impresionante ha surgido la necesidad de la solidaridad universal, de estar en familia para compartir, reconciliarnos y querernos, valorizando como nunca el tenernos unos a otros. Mientras toda oferta del mundo parece vacía y frívola. Es que ante la experiencia de la vulnerabilidad total de nuestra condición humana, volvemos a levantar la mirada y el corazón al Dios de la Vida y del Amor que nos recuerda quiénes somos, en qué consiste nuestra dignidad, cómo vivir esta existencia para que sea plena, y la hermosura de nuestro destino.
Esta enfermedad es una oportunidad para hacer renacer una nueva sociedad, sanada humana y espiritualmente, más humilde, menos autosuficiente y soberbia, más preocupada de parir que de matar, de fraternizar que odiar, de unir lejos de toda confrontación, consciente que solo se puede ser feliz buscando el bienestar de los otros, abierta a la trascendencia, dejándose querer por el amor que Dios Padre le ofrece por su salvación y verdadera sanación en su Hijo Jesucristo.