La suma de todas sus acciones llevó al P. Hurtado a romper el paradigma caridad/limosna que inspiraba a los católicos de mediados del siglo XX para movilizarlos a partir de caridad/justicia social. A 68 años de su muerte, nuestro país en agosto celebra su legado.
La solidaridad cristiana brota del hecho que Dios nos acompaña, nos llama por nombre, de manera particular, individual. No somos para Él una masa de seres humanos, sino personas, hijos suyos con necesidades, aspiraciones, problemas y circunstancias individuales. Esa dignidad es la que inspira la solidaridad hacia toda persona humana, y que hoy está en grave peligro, porque dominan las dinámicas mundiales de una economía y una riqueza carentes de ética. Por eso la solidaridad responde a la necesidad concreta de cada uno de los seres humanos que habitan este planeta, particularmente los más necesitados que tienen nombre y apellido: los pobres y el hambre, frutos del consumismo que nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos.
Por ello ante la actual crisis económica global que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto sus desequilibrios y, sobre todo, la grave carencia de su orientación antropológica, que reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo. A todo ello se añade, una corrupción ramificada, que ha asumido dimensiones mundiales. El afán de poder y de tener no tiene límites Y peor todavía, hoy de muchas maneras se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. No se podrá salir completamente si no se pone a cada hombre y mujer, comenzando por los más pobres, en el centro de toda actividad política y económica nacional e internacional, porque son el recurso más verdadero y más profundo de la política y de la economía y, al mismo tiempo, el fin primordial de ambas.
Se trata de ir a las periferias de la humanidad, lo cual implica involucrarnos de manera personal y concreta en la ayuda solidaria a los otros. Es poner a disposición de Dios y los hermanos lo más valioso que tenemos, nuestras humildes capacidades humanas, porque solo compartiendo el don de sí mismos, nuestra vida dará fruto. No es un llamado ideológico de lucha de clases, es el llamado evangélico de ver el rostro de Cristo que se hizo pobre pudiendo haber sido rico, en cada uno de los más necesitados y actuar en consecuencia.