Hoy tendrá lugar una especial jornada cívica de votación, que compromete a toda la ciudadanía con responsabilidad. Está relacionada con la Constitución Política de la República, Ley suprema de un Estado que regula los poderes públicos y establece las garantías de los derechos. Desde nuestra tradición cristiana hemos aprendido que votar se trata de un deber con el prójimo y que está enlazado con la deuda del amor, cuyo grado mínimo es la justicia. Por ello debemos cumplir esa importante obligación, manifestando nuestro parecer por el apruebo o el rechazo a una nueva Constitución y sobre el tipo de Convención que podría hacerlo.
Lo que se debate en una Constitución son las normas jurídicas de organización del Estado y la prelación de los valores fundamentales que atraviesan nuestra convivencia. Simultáneamente, se nos pregunta sobre la conformación del Poder Constituyente, el tipo de Convención que pacta o aprueba la Constitución. No se nos pregunta por un asunto menor y el debate que seguiría si se aprueba, es sobre cuestiones esenciales.
Si bien es cierto que la Constitución no es todo y la solución a muchos problemas que nos aquejan no pasa por ésta, si sabemos de igual modo lo importante y significativa que es, porque la Ley fundamental tiene consecuencias en muchos otros aspectos para nuestra vida personal, social, política y económica. Por otra parte, mientras algunos sostienen que sólo basta introducirle nuevas reformas para hacerla apta a los desafíos del presente, otros estiman que no ha logrado adaptar las estructuras de organización política a la condición actual de nuestro país, ni al orden de importancia de valores a los que hoy se aspira como sociedad.
No corresponde a la Iglesia asegurar, en cada caso, si se trata de una reforma, de un cambio esencial o de una nueva Constitución. El discernimiento y luego la decisión debe asegurarse entre todos. En cualquier caso, dicho debate debe considerar que de lo que se trata es hacer un mejor país, como posibilidad para la realización de nuestros proyectos de vida personales y comunitarios. Por ello el acto de votar se hace desde nuestra convicción personal, que vive y se compromete con los demás, no en la imposición de unos sobre otros, no por la violencia, amenaza o coacción. Se hace confiando en la voz de la democracia, y estrechar así lazos de unidad, de proyectos comunes y de esperanzas compartidas.
Mons. Héctor Vargas Bastidas
Domingo 25/10/2020