El Obispo de la Diócesis San José de Temuco, Monseñor Héctor Vargas Bastidas, en su columna publicada el domingo 14 de marzo en el Diario Austral, ahonda sobre los derechos de Hombres y Mujeres fundamentales para una vida en libertad y dignidad, profundizando en el respeto en toda sociedad.
El movimiento hacia la identificación y la proclamación de los derechos del hombre es uno de los esfuerzos más relevantes para responder eficazmente a las exigencias imprescindibles de la dignidad humana. Son universales, porque están presentes en todos los seres humanos, sin excepción alguna. Inviolables, porque sería vano proclamar los derechos, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con referencia a quien sea. Inalienables, porque nadie puede privar legítimamente de estos derechos a uno sólo de sus semejantes, sea quien sea, porque sería ir contra su propia naturaleza. Exigen, a su vez, ser tutelados en su conjunto: una protección parcial de ellos equivaldría a una especie de falta de reconocimiento.
Exigen siempre la necesidad de arraigar los derechos humanos en las diversas culturas, así como de profundizar en su dimensión jurídica con el fin de asegurar su pleno respeto, y comportan, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades esenciales —materiales y espirituales— de la persona: Tales derechos se refieren a todas las fases de la vida y en cualquier contexto político, social, económico o cultural.
El primero de los derechos declarados como fundamentales de la persona, en la Carta de la ONU, es el derecho a la vida, que la doctrina social de la Iglesia proclama desde su concepción hasta su conclusión natural, agregando que fuente y síntesis de estos derechos es, en cierto sentido, la libertad religiosa, entendida como derecho a vivir en la verdad de la propia fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona, ya que todos los hombres deben estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y ello de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. El respeto de este derecho es un signo emblemático del auténtico progreso del hombre en todo régimen, en toda sociedad, sistema o ambiente.
La solemne proclamación de los derechos del hombre se ve contradicha por una dolorosa realidad de violaciones, guerras y violencias de todo tipo: terrorismo, los genocidios y las deportaciones en masa; crimen organizado, la difusión por doquier de nuevas formas de esclavitud, como el tráfico de seres humanos, los niños soldados, la explotación de los trabajadores, el tráfico de drogas, la prostitución, intolerancia religiosa e ideológica. También en los países donde están vigentes formas de gobierno democrático no siempre son respetados totalmente estos derechos. El compromiso pastoral se desarrolla en una doble dirección: de anuncio del fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las violaciones de estos derechos con el fin de colaborar con la justicia y la paz, hacer penetrar la luz y fermento evangélico en todos los campos de la vida social, siguiendo el mandato de su Señor. Todos, desafíos insoslayables en la redacción de una nueva constitución.