«Volverse don, es dar sentido a la propia vida y es el mejor modo de cambiar el mundo» manifestó el obispo de Temuco.
En la celebración de la Santa Misa de Nochebuena, fue presidida por el obispo de la Diócesis San José de Temuco, monseñor Héctor Vargas Bastidas, en el Templo Catedral, quien señaló en su homilía: » (…) En esta noche, el amor de Dios se ha mostrado a nosotros y se llama Jesús. En Jesús, el Altísimo se ha hecho pequeño, para ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se ha hecho guagüita, para dejarse abrazar por nosotros. Aún así, podemos preguntarnos entonces, ¿por qué San Pablo llama a la venida de Dios al mundo como Gracia? Lo hace para recalcar que su venida es completamente gratuita. Mientras aquí en la tierra todo responde a la lógica del dar para recibir, Dios en cambio llega gratis. Su amor no es negociable, porque nosotros no hemos hecho nada para merecerlo y jamás podremos recompensarlo por eso (…) Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada ser humano, incluso al peor.»
Manifestó que » Dios no te ama porque pienses lo correcto y te comportes bien; simplemente te ama, y basta. Su amor es incondicional, y por tanto no depende de ti, ni de lo que hagas. Puede haber ideas equivocadas, puede haber cometido toda clase de fechorías, y sin embargo el Señor no renuncia a quererte mucho (…) un don tan grande como éste, merece de nuestra parte muchísima gratitud. Acoger la gracia es saber agradecer. Sin embargo nuestras vidas transcurren a menudo alejadas de la gratitud. (…) Volverse don, es dar sentido a la propia vida y es el mejor modo de cambiar el mundo. Si nosotros cambiamos, la Iglesia cambia, la historia cambia no cuando tratamos de cambiar a los demás, sino cuando comenzamos a cambiar nosotros primero, haciendo de nuestra vida un don».
En sus palabras, agregó » Él no ha cambiado la historia por la fuerza o presionando a los demás, o a la fuerza de palabras, sino con la donación de su propia vida. También nosotros, no esperamos que el prójimo se vuelva bueno para hacerle el bien. O que la Iglesia sea perfecta para amarla, o que los demás nos tomen en cuenta para servirles. Comencemos nosotros. Esto es acoger el don de la gracia, y la santidad no es otra cosa que cuidar esta gratuidad (… ) Su gloria no nos aplasta, y no nos asusta, porque nace pobre de todo, para conquistarnos con la única riqueza que tiene, la riqueza de su amor».