Diócesis de Temuco

El SEÑOR ES UN DIOS DE VIVOS Y NO MUERTOS

En la columna dominical publicada en el Diario Austral de la ciudad de Temuco, el Pbro. Juan Andrés Basly Erices, Administrador Diocesano, se refiere a la proximidad de la celebración del Mes de María, que se inicia el 8 de noviembre.

La palabra de Dios de este domingo, cuando aún es muy reciente la conmemoración de los fieles difuntos, sigue insistiendo en el misterio de la vida después de la muerte: «esperamos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro». Estas palabras del Credo nos recuerdan que no estamos destinados a la nada, sino que, por don de Dios, nuestro horizonte se abre a la promesa de una vida plena después de esta existencia terrena.

Este primer domingo de noviembre, ya nos anuncia la llegada del tradicional y querido “Mes de María”. Y es así, como en las parroquias, comunidades, capillas, colegios, lugares de trabajo y oficinas, universidades-entre otros- ya empiezan a realizan los preparativos para celebrar el Mes de María, que se inicia este martes 8 y finaliza con la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el jueves 8 de diciembre.

Como cada año -también en este- el Mes de María se presenta como una oportunidad propicia para manifestar a la Virgen Madre de Cristo y Madre nuestra, todo nuestro amor, veneración y agradecimiento. Es hermoso observar cómo se multiplican los programas e iniciativas para vivir el Mes de María. Como dice la canción mariana. “Mientras recorres la vida, tú nunca solo estás, contigo por el camino. Santa María va”. Como fieles, queremos hacer este camino de la sinodalidad y de discernimiento durante este mes junto a Ella. Nuestras oraciones diarias nos invitan a ponernos en camino junto a nuestra Madre, consciente de las alegrías y tristezas, los anhelos y esperanzas. Este mes de María nos propone un itinerario hacia la paz que anhelamos.

En este domingo se proclama el evangelio de Lucas 20, 27-38, sobre la resurrección, con la Palabra de Jesús sobre Dios su Padre, basada en el testimonio de la Escritura: “No es Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven” (v. 38).}

Es una invitación a meditar sobre este gran misterio de la vida cristiana, sobre el sentido del vivir y del morir, que de alguna manera siempre ha inquietado al ser humano. La fe en un Dios que nos ha creado para la vida y no para la muerte, fue creciendo poco a poco en el Pueblo de Israel hasta culminar en la persona de Jesús. Con el don de su vida, muerte y resurrección él nos ha enseñado a vivir el presente con un significado nuevo, abriéndonos a un horizonte de eternidad insospechado.

Un porcentaje notable de la sociedad muestra poco interés por la eternidad; se preocupa, justamente, de alargar y mejorar la calidad de la vida aquí en la tierra. Pero es de lamentar la pérdida, o el olvido, de ese horizonte de eternidad, esencial para la plena realización de la vida humana.