Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, Obispo Diócesis San José de Temuco
Las Fiestas Patrias nos convocan a celebrar, reflexionar, soñar, a hacer oración,
todo, por la patria común. En las actuales circunstancias, a 50 años de los
acontecimientos del 11 de septiembre de 1973, y en medio de un proceso
constitucional en curso, los sentimientos, pensamientos y análisis se
entremezclan. Lograr “un mayor acuerdo en la visión” de los acontecimientos de
medio siglo atrás parece casi imposible. Todo indica que se requiere mucho más
tiempo del que quizás la inmensa mayoría, quisiéramos. Un aliciente para
destrabar en cierto modo esta situación es reconocer «que cuando se carece de
una mirada más compartida de nuestra historia, se hace difícil también la
comunión en torno a los grandes valores que deben guiar nuestro futuro», lo cual
incide en muchos aspectos de la vida de las personas, en la convivencia nacional
y el progreso.
La Patria, nos decía el Cardenal Raúl Silva Henríquez en 1974: «es
fundamentalmente alma, alma colectiva, alma de un pueblo, consenso y comunión
de espíritus (…). De aquí fluye, con imperativa claridad, nuestra más urgente
tarea: reencontrar el consenso; más que eso, consolidar la comunión en aquellos
valores espirituales que crearon la Patria en su origen» (Homilía en Te Deum del
18 de septiembre de 1974, sobre “El Alma de Chile”).
Es de la máxima responsabilidad, especialmente de nuestras autoridades y de
todos nuestros dirigentes, darse a la tarea de buscar y encontrar consensos y
fortalecer la unidad. Esto que es una tarea permanente de toda sociedad, con
mayor razón lo es para Chile en las actuales circunstancias. En nuestra historia
hay marcas dolorosas y aprendizajes que deben ser considerados, alejados de la
ofuscación, a la que llevan las pasiones, con razón o no, que debieran hacernos
crecer en humanidad y civilidad. La violencia, la destrucción y la muerte, no llevan
a ningún buen puerto; el no respeto de los derechos humanos es violencia
insostenible en toda circunstancia; evidentemente vivimos en una pluralidad
cultural que, lejos de ser un obstáculo, enriquece nuestra sociedad; la democracia
es la forma de gobierno que, en nuestro contexto, más se adecúa a los mejores
humanismos.
Pero es tarea de todos y todas, como ciudadanos individualmente y en las
diversas formas asociativas, buscar los acercamientos, los consensos, la unidad,
la comunión de nuestra sociedad, con signos, con palabras y con iniciativas. Cada
quien debe asumir su cuota de responsabilidad, no sólo esperar que otros se
empeñen. Para que esta unidad y comunión sea más profunda, los cristianos
proponemos los “verdaderos pilares para edificar una mejor sociedad” que son los
que nos ofrece Jesucristo en los Evangelios: el primado del amor, como dice San
Pablo: «por encima de todo prevalezca el amor, que es el vínculo de la unidad»
(Col. 3,14), el reconocimiento y el respeto por la vida humana desde que
comienza; lo que deriva del primado del amor: el perdón y la reconciliación, la
solidaridad, especialmente con los que más sufren; la fraternidad y el buen trato
para con todos, también hacia toda la creación; la verdad, la justicia y la paz y el
bien común.
Patria es un proyecto compartido, en el que todos debemos participar poniendo los
cimientos verdaderos y firmes para que sea verdaderamente la casa de todos y
todas.