Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco
Cada año, muchas personas tienen la posibilidad de “salir de vacaciones”, por desgracia, muchos no.
Quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el tiempo de vacaciones.
Lo primero que puedo decir, es que no se trata de “salir, por salir”, como si eso bastara para encontrar descanso. Se trata, más bien, de vivir, de una manera nueva, nuestras relaciones con nuestro prójimo, con Dios, con la naturaleza, situación que podemos lograr en cualquier lugar, si nos tomamos el tiempo que se requiere para ello.
Es importante comprender que las vacaciones no son un tiempo para “hacer nada”. Somos personas creadas a imagen y semejanza de Dios, creados para trabajar. Dios trabajó, creo y descansó, como lo indica la Sagrada Escritura (Cf Gn 2,2-3). Estamos llamados, justamente, a colaborar con esa acción creadora de Dios, para llevarla a plenitud, el “hacer nada”, no sólo no ayuda a descansar, sino que, incluso, contrariamente a lo que piensan muchos, agota.
Las vacaciones son un tiempo especial para “reposar”, esto es, volver a posarnos. El Cardenal italiano, Raniero Cantalamessa, dirá: “Reposar es posar, hacer una pausa, y también depositar, dejar que se deposite todo aquello que, en nuestra actividad, en nuestra vida, frecuentemente se convierte en una polvareda interior que impide ver claramente el sentido de la vida”.
Es muy enriquecedor, en este sentido, contemplar el ejemplo de tantas mamás, que por más que les apremie el calor o el peso del año, no dejan de preocuparse por los hijos y por la familia en general, y siguen sirviéndoles y atendiéndoles con el mismo amor y dedicación con que lo hacen en un tiempo placentero o a comienzo de año, puesto que, su motivación es el amor, a sus hijos y a su familia.
Por otra parte, es importante subrayar que, el tiempo de vacaciones, es un momento propicio para fortalecer y acrecentar nuestra relación con Dios en la oración, en la intimidad y también con nuestros seres queridos, momento especial para la lectura y a la meditación sobre los significados más profundos de la vida, en el contexto sereno del encuentro con los amigos y la familia. Donde estemos, debemos buscar la posibilidad de participar de la Santa Eucaristía, con mucha más tranquilidad y tiempo.
Invito, también, a disponer nuestra alma para contemplar la naturaleza, que es como un “libro abierto”, al alcance de todos. La contemplación de la naturaleza nos dará la oportunidad de entrar, mucho más, dentro de nosotros mismo, para volver a las motivaciones más profundas que deberían mover nuestra vida. Aprovecho, en este punto, de recomendar la lectura serena de la Encíclica:“Laudató sí”, del Papa Francisco, publicada el año 2015 y que, justamente, nos habla del cuidado del entorno natural, “la casa común”.
Que Dios bendiga, abundantemente, vuestro descanso.