Escribe:Mons.Jorge Concha Cayuqueo,OFM,obispo Diócesis San José de Temuco
En esta última semana de junio, la comunidad cristiana celebra el 12° domingo del Tiempo Ordinario y el texto bíblico del Evangelio es de San Marcos (4,35-41) que se proclama en la liturgia. Me recuerda la homilía del Papa Francisco, el día 27 de marzo del 2020, ante una plaza de San Pedro totalmente vacía, aludiendo al texto que hoy nos ocupa de la tempestad calmada. No está mal que volvamos a ella y recordemos lo que vivimos entonces. De ahí sacamos unas sabias y ricas enseñanzas.
¿Por qué tanto miedo? La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven momentos difíciles.
El relato no es una historia tranquilizante, para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: «¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?».
Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que «era al atardecer». Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: «Vamos a la otra orilla». La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándose de agua. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; algo así es lo hemos estado viviendo estos últimos días en nuestro país con la llegada del invierno, temporales, lluvias que han arrasado con casas, huertos etc. Y con grandes inundaciones, y las mismas palabras de los apóstoles se escuchan hoy: “Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo?” (Mc 4,38) en la popa, en un lugar algo más elevado, Jesús dormía tranquilamente.
Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?».
Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una oración; y el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: «¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?».
¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales, y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a “pasar a la otra orilla” para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza?