Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco
Hemos llegado a la decimocuarta semana del tiempo litúrgico llamado ordinario. El evangelio según san Marcos recuerda una visita que Jesús realizó a su ciudad de Nazaret (Mc 6,1-6). El sábado fue invitado a hablar en la sinagoga. Las gentes quedaron asombradas al oírle. O más bien se escandalizaron, como se puede percibir por las preguntas que se hacían.
“¿De dónde saca todo eso?” (Mc, 6,2) Habían convivido siempre con Jesús y creían conocerlo bien. Y no entendían cómo un humilde carpintero, hijo del artesano José (como dicen los textos de Mt 13, 53-58 y Lc 4, 16-30) y de la campesina María un artesano de su aldea podía exponer una doctrina que les resultaba nueva e interpelante.
En realidad, querían permanecer aferrados a sus costumbres. Y esto tal vez le incomodaba, era tan grande la envidia, que el fondo no lo soportaban. Y ocurre y ha pasado muchas veces, que nosotros mismos no reconocemos; que algunos vecinos de nuestros pueblos humildes puedan llegar a ser grandes personas e importantes. Y, de ahí nacen las envidias que destruyen a las personas, y le hacemos zancadillas para dañarlos y desprestigiar con nuestras palabras ¿Y quién ese, mira como se cree si el hijo de fulano o mengano? Eso le ocurrió a Jesús y a los profetas.
¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?”? (Mc, 6,2) Es evidente que la gente de Nazaret estaba orgullosa de la sabiduría que les había sido transmitida. No estaban dispuestos a revisar sus conocimientos y sus actitudes. “¿Y esos milagros que realizan sus manos?”(Mc 6.5) Seguramente estaban admirados de los milagros que Jesús realizaba. Pero no podían imaginar que aquel vecino suyo contara con el poder de Dios para realizarlos.
También hoy son muy frecuentes los rótulos con los que se suele catalogar a las personas con base en prejuicios que impiden reconocer lo que son en realidad. Si la gente de Nazaret se asombraba de la sabiduría de Jesús, él se asombraba de la actitud de ellos. Se consideraban creyentes, pero se limitaban a creer lo de siempre y a vivir como siempre.
Eso le llevó a Jesús a citar un proverbio popular: “No desprecian a un profeta más que en su tierra”. (Cf Mc 6.4) Esta frase encierra una experiencia universal. Con demasiada frecuencia catalogamos a los vecinos por un gesto o por una acción concreta. No esperamos de ellos un mensaje de sabiduría.
El profeta no lo es solo por prever el futuro. El profeta está llamado a anunciar unas virtudes y a denunciar los vicios opuestos. Pero eso se rechaza en una cultura marcada por el relativismo, como la que estamos viviendo hoy día. Claro que para poder “anunciar” con verdad y “denunciar” con credibilidad, el profeta ha de “renunciar” a sus intereses y comodidades. Pero hay gente que rechaza a quien se empeña en remar “contra corriente”, como dice el Papa Francisco. Porque los ¡prejuicios impiden reconocer la verdad y la sabiduría del hermano! Señor Jesús, nosotros buscamos la comodidad. No nos gusta el sacrificio. Por eso nos “asombran” los que saben hablar bien, pero nos “escandalizan” los profetas que cuestionan nuestras ideas y nos exhortan a cambiar nuestra conducta. ¡Que tu Espíritu nos ayude a aceptar tu palabra y llevarla a la vida de cada día!