El primer domingo del mes de septiembre, la iglesia chilena celebra el Día Nacional del Migrante y Refugiado.
En el Templo Catedral, la festividad fue presidida por monseñor Jorge Concha Cayuqueo, OFM, junto al Pbro. Juan Andrés Basly Erices, vicario general, acompañado de los diáconos Víctor Cuevas y Cristian Gutiérrez, Santa Misa donde asistieron centenares de hermanos y hermanas de distintas nacionalidades, quienes se unieron y elevaron su oración al Señor.
En su homilía, nuestro obispo profundizó en que los migrantes y sus familias, nos recuerdan a Jesús encarnado que vivió la experiencia de la movilidad humana, concretamente, ser exiliado huyendo a Egipto. También, se refirió en acción de gracias, por el trabajo de animación y coordinación de la Pastoral de Movilidad Humana en Chile, llevado adelante por INCAMI y las delegaciones de Pastoral de Movilidad Humana a lo largo del país».
» En todo Chile se celebra la Eucaristía, en acción de gracias a Dios por los migrantes y refugiados, quienes ayudan a construir este país y son testimonio de Evangelización con su fe y tradiciones. El fenómeno migratorio ha adquirido mucha relevancia en el último tiempo en muchos lugares del mundo y también en Chile. A la base de las diversas oleadas migratorias están las precarias condiciones de vida causadas por guerras, convulsiones políticas, situaciones de opresión, inseguridad, discriminación, pobreza, falta de expectativas de desarrollo para la vida individual y familiar en los países de origen», manifestó.
Ahondó en que «En Chile nos ha sorprendido la gran cantidad de migrantes que en el último tiempo ha llegado a nuestro país, pero es lo que sigue sucediendo en muchos lugares del mundo y de nuestro continente. No somos una isla. Pero debiera sorprendernos aún más la mala memoria de la que nos damos cuenta, en gran parte por desconocimiento de nuestra historia nacional. Chile es un país que, después de la invasión del siglo XVI, se ha venido construyendo por migrantes de muchas procedencias; y la inmensa mayoría de esa migración pasada también fue movilizada por las condiciones desfavorables para la vida en los lugares de origen y al mismo tiempo por la búsqueda de oportunidades para el desarrollo».
Extendió el llamado en que «El tiempo que vivimos es propicio para levantar la mirada frente al fenómeno migratorio de nuestro tiempo; una mirada y actitud que honre nuestra historia nacional y nuestra fe como creyentes. Tenemos la oportunidad de ponernos en lugar de los demás, de ser acogedores, solidarios, y no sólo como individuos, que ya es muy positivo, sino como comunidad nacional, por lo mismo, la Iglesia aboga por la regularización de la migración y de los migrantes».
Al concluir su mensaje, en la oración universal, cada oración fue proclamada por un representante de las comunidades de Colombia, Haití, Venezuela, Perú, Chile, República Dominicana.
Finalizó la Santa Misa con la oración del migrante, » Viajar hacia Ti, eso es vivir. Partir es un poco morir; Llegar nunca es llegar definitivo hasta descansar en Ti…»