Muchos discípulos seguían a Jesús, a orilla del Lago de Tiberíades el Evangelio habla de unos cinco mil hombres, frente a los cuales Él multiplicó los panes. Su popularidad llegó a tal punto que la multitud «quería tomarlo por la fuerza para hacerlo rey» (Jn 6,15). Es en ese contexto su discurso sobre el Pan de Vida alcanza el punto culminante al decir: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. El que come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo daré, es mi carne. Yo la doy para la vida del mundo» (Jn 6,51). Y muchos comenzaron a echarse para atrás: «¿Cómo puede Éste darnos a comer su carne?». Pero Él con más realismo aún les decía: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6, 55). Se escandalizaban por estas palabras. También sus discípulos murmuran diciendo: «Esta doctrina es inadmisible. ¿Quién puede aceptarla?» (Jn 6, 60). Pero Jesús sabiendo lo que pensaban les dijo: «¿Les resulta difícil aceptar esto?¿Qué ocurriría si vieran al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?» . Es decir, que pensarán y qué harán cuando «suba a donde estaba antes», refiriéndose a su preexistencia junto al Padre: «En el principio era la Palabra; y la Palabra era junto a Dios; y la Palabra era Dios» (Jn 1,1).
Jesús sabe que entre sus discípulos hay quienes no creen, y, muchos de ellos se volvieron atrás, y ya no andaban con Él. Finalmente, cuando Jesús se quedó solo con sus Apóstoles, les preguntó: «¿Acaso también ustedes quieren irse?». Y Pedro respondió en nombre de los Doce: «¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». Pedro es quien marca la diferencia, y lo hace porque cree: «Nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68 – 69). Lo primero es la fe, que es don de Dios. Es «la obra de Dios»: «que crean en Aquél que Él envió» (Jn 6,29). Por eso dice Jesús: «Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no se lo concede» (Jn 6,44).
La fe es necesaria en el camino de la vida. No sólo del pan material necesitamos, sino también del amor, de significado y esperanza, de un fundamento seguro en medio de las vicisitudes de la vida. El Papa Benedicto XVI, en una de sus catequesis, dijo: «La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un «Tú» que me dona esperanza y confianza. Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros. Es más, Dios ha revelado que su amor hacia el hombre, hacia cada uno de nosotros, es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra en el modo más luminoso hasta qué punto llega este amor, hasta el don de sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza». (Benedicto XVI, 24 octubre 2012).
El don de la fe nos ayuda a superar muchas de nuestras limitaciones, nos da la fuerza para resistir en las adversidades y buscar incansablemente la realización de los grandes propósitos de la vida, nos hace trascender y encontrarnos con la fuente de la vida y del amor que busca profundamente nuestro ser.
MONS. JORGE CONCHA CAYUQUEO, OFM, OBISPO DIÓCESIS SAN JOSE DE TEMUCO