Celebró la santa misa e impuso las cenizas. Alertó del riesgo de ayunar para ‘sentirse satisfecho’
[dropcap]C[/dropcap]on paramentos color violeta el papa Francisco inició esta tarde en la basílica de San Anselmo los ritos de la cuaresma. La ceremonia comenzó con el canto en gregoriano en la basílica situada en la casa generalicia de los benedictinos, situada en el monte Aventino de Roma, con la presencia de cardenales obispos, y padres benedictinos con sus hábitos blancos y negros.De allí todos se dirigieron en procesión hacia la iglesia de Santa Sabina a unos trescientos metros de distancia, mientras se cantaban las letanías de todos los santos.
Entraron en la basílica de Santa Sabina a paso lento, mientras el Coro Pontificio de la Capilla Sixtina entonaba el ‘Atende Domine et Miserere’, creándose el clima de recogimiento propia de la ceremonia. En esta basílica construida en el 425, están los restos de Santa Sabina, noble romana que en el año 120 fue decapitada por no abjurar de Cristo tras ser encontrada en una misa en el ambiente de las catacumbas.
En la santa misa, tras las lecturas del libro del profeta Joel, del canto responsorial, de la segunda lectura de san Pablo a los Corintios y del evangelio según Mateo, el Papa realizó su homilía en la que invitó “a emprender un camino en el cual, desafiando la rutina, nos esforzemos en abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, para ir más allá de nuestro pequeño huerto”.
El Papa invitó a “abrirse a Dios y a los hermanos». Y advirtió que «en un mundo cada vez más artificial, nos hace vivir en una cultura del ‘hacer’, del ‘útil’, donde sin darnos cuentas excluimos a Dios de nuestro horizonte, y el mismo horizonte”.
Un itinerario, indicó, “que incluye la cruz y la renuncia” y recordó que “el evangelio de hoy indica los elementos de este camino espiritual: la oración, el ayuno y la limosna. Los tres implican la necesidad de nos dejarse dominar de las cosas que aparece: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la vida no depende de la aprobación de los otros o del éxito, sino de lo que tenemos dentro”.
“Una oración más intensa -dijo el Papa- más asidua, con más tiempo, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos, de interceder delante de Dios por tantas situaciones de pobreza y de sufrimiento”. Sobre el ayuno advirtió: “Debemos estar atentos para no practicar un ayuno formal, o que en verdad nos ‘sacia’ porque nos hace sentir bien”, cuando en cambio el ayuno “implica la elección de una vida sobria, que no desecha, que no descarta». Añadió, que “ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en la esencialidad y el compartir”. “El tercer elemento -dijo- es la limosna: ésta indica la gratuidad, porque en la limosna se da a alguien del que no se espera recibir nada a cambio”.
“¿Por qué debemos volver a Dios?” se interrogó el Pontífice. “¡Porque algo no va bien en nosotros, no va bien en la sociedad, en la Iglesia y necesitamos cambiar, dar un cambio, y esto se llama tener necesidad de convertirnos!”
Y tras recordar que Dios “continúa a ser rico en bondad y misericordia, y está siempre preparado para perdonar y comenzar de nuevo», concluyó: ¡Con esta confianza filial, pongámonos en camino!”
Después de la homilía el Santo Padre bendijo las cenizas, que después impartió a los cardenales y a algunos monjes y fieles y a continuación prosiguió la eucaristía, en un clima de gran recogimiento.