San Francisco de Asís trataba de vivir cotidianamente la acogida, el respeto, el buen trato, el diálogo, y esto le permitía enfrentar de buena forma las contrariedades y dificultades en el ámbito de las relaciones sociales; hizo puentes para lograr la paz entre los adversarios; fue un instrumento de paz.
El Papa Francisco, ha pedido a los cristianos, y a todos quienes quieran sumarse, a ser artesanos de paz, en los alrededores de cada uno y dentro de cada uno, y a ser también embajadores de paz. A Francisco de Asís y a Francisco Papa los inspira y los mueve Jesús, que llamó «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos» (Mt 5, 9).
En nuestros días, y aunque físicamente estamos lejos de los actuales escenarios de conflictos, las diversas plataformas comunicacionales nos traen a casa, y al instante, los horrores de la guerra, con lujo de detalles. Los escenarios son Israel, Palestina, el Líbano, Ucrania, Rusia, entre otros lugares menos conocidos o, por diversos aspectos, de menos interés. Tenemos noticias de muchos los miles de muertos, la inmensa mayoría de ellos, población civil. Es grandísima la destrucción de centros poblados (ciudades y pueblos) y, en ellos, estructuras de primera necesidad, como viviendas, hospitales, escuelas, puentes y rutas. Quizás ya estamos en una tercera guerra mundial, como lo ha advertido el Papa Francisco, pero esta vez en forma más diseminada, en modo distinto a las anteriores, pero igualmente cruel y destructiva.
Hay muchos lugares en conflictos políticos y sociales en diversas partes del mundo, también en América latina, como en Venezuela, Haití, Nicaragua; son ya situaciones instaladas, de profundo menoscabo de la vida y de los derechos humanos de sus habitantes, hipotecando el futuro de generaciones.
En nuestro país, lejos de aquella idea de oasis que alguna vez se escuchó, también hay conflictos, discordia, tensiones, violencia verbal, y, evidentemente, hay mucha violencia delictual que cobra vidas humanas, que deja heridas, causa temor, que pone en peligro nuestra convivencia, y ralentiza, si no paraliza, cualquier forma de progreso.
Estos hechos de la realidad de la que somos parte deben sobrecogernos, conmovernos; por ningún motivo, acostumbrarnos ni domesticarnos. Nos deben mover con urgencia a ocuparnos y comprometernos con la paz. «Busca la paz y corre tras ella», dice el salmo 34, 15, con sentimientos, pasión, actitud, con palabras, con oración, con obras.
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM, obispo Diócesis San José de Temuco