Con gran alegría, hemos iniciado el tradicional Mes de María 2024, en todas nuestras parroquias y capillas, a lo largo de nuestra patria el sábado 08 de noviembre y que culminará el día 08 de diciembre.
En este mes de noviembre, nos sumergimos en una tradición profundamente arraigada en la fe de nuestro pueblo católico: el Mes de María. Una expresión de pura devoción hacia la Virgen María que nos invita a reflexionar sobre su significativo como Madre de Jesús y Madre de todos nosotros. Queremos celebrar a María, invocando su intercesión especialmente por la paz en el mundo y en nuestros corazones. Queremos pedirle a la Virgen que interceda por nosotros para renovarnos en la esperanza de un Chile para Cristo, donde la dignidad humana, esa que Jesús compartió al encarnarse en las entrañas de María, sea respetada y promovida en una sociedad deseosa de justicia y de paz.
La historia de este mes especial se remonta a los misioneros europeos que, en un principio, celebraron esta tradición en mayo, el «mes de las flores». Sin embargo, en Chile, la historia tomó otro giro. A mediados del siglo XIX, Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas, inspirado por esta hermosa tradición, decidió adaptarla a nuestro clima y cultura.
Para evitar el frío otoño del mes de mayo en Chile, propuso celebrar el Mes de María entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre, justamente culminando con la festividad de la Inmaculada Concepción.
La propuesta de Monseñor Larraín Gandarillas en 1854 coincidió con la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, un momento de gran relevancia en la historia de la Iglesia.
Por eso durante el Mes de María, vestimos de flores a nuestra querida Madre, le rezamos y entonamos cantos en su honor. Tampoco debemos olvidar que El mes de María es un tiempo de gracia y profundización de la fe cristiana que Dios nos ha regalado. En él se moviliza la fuerza del amor. El cariño a la Virgen produce un encuentro vital y afectivo con el Señor, así como el amor a Jesús nos acerca a su Madre.
Como nos decía El Papa Francisco: “en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a ella, porque no quiere que caminemos sin una madre”. Por eso, durante el Mes de María iremos meditando los misterios de Jesús y de su madre, que nos acompaña y consuela e intercede, para que reine la Paz, en el mundo entero. María, la Virgen del Silencio, nos enseña el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Nos alecciona magistralmente en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.
Como decía san Juan Crisóstomo que «no sería necesario recurrir tanto a la palabra, si nuestras obras diesen auténtico testimonio». Y con verdad, pues está claro que muchas veces los hechos son más elocuentes que los dichos.
También María, nuestra Madre, recurrió poco a la palabra. Era callada. Realmente, cuántas palabras se ahorró. Pero, a cuánto dejó sin palabras. Cuánto dejó escrito con su vida. Cuánto testificó con sus obras. Que lindo regalo nos deja nuestra Madre y Reina de Paz en mundo donde se habla mucho y se hace poco. María, la Virgen del Silencio, nos enseña el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Nos alecciona magistralmente en el difícil arte de decir poco y hacer mucho, gran tarea nos deja.
Sí, cuántas veces calló María, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás. Era el suyo un silencio hecho oración y acción. Un silencio lleno, no vació ni hueco. Un silencio colmado de Dios, de sus palabras, de sus maravillas. María “guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón”, (Lc 2,51).
Queremos que este tiempo sea una oportunidad para fortalecer nuestra cercanía espiritual y cultivar el amor y la devoción a la Virgen María en nuestros corazones. Por eso cantamos: ¡Venid y Vamos Todos Con Flores a María!
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM, obispo Diócesis San José de Temuco