Vivimos en un mundo en crisis que produce una gran incertidumbre respecto al futuro. Países azotados por guerras, violencia, corrupción y la desazón de ver continuamente a nuestros dirigentes enfrentados en luchas por el poder, despreocupándose de los problemas reales y cotidianos de la gente. Es difícil confiar en que podamos construir un presente y un futuro mejor, es fácil para todos perder la esperanza.
Sin embargo, hoy los cristianos, a pesar de todo el dolor que existe en el mundo, empezamos este domingo el año litúrgico, que marca nuestra manera particular de situarnos en el tiempo, actualizando los misterios de Jesús. Lo empezamos con esperanza, puestos nuestros ojos en las promesas de Dios que es un Dios con nosotros, el Emmanuel. Somos conscientes de que vivimos en medio de una crisis, pero sabemos que también en ella podemos experimentar la cercanía del Dios misericordioso que no abandona a su pueblo.
Siempre que comenzamos algo significativo, se despiertan de nuevo la ilusión y la esperanza. El proyecto salvador de Dios y la tarea incesante de construir su Reino, aparecen de nuevo ante nosotros para meditarlos y cuidarlos con compromiso a lo largo de todo el año.
En este tiempo privilegiado se nos invita a “alzar la cabeza”, mirar al futuro con confianza, la vida con ojos nuevos.
Son cuatro semanas, que nos sitúan ante ese gesto sorprendente de Dios de querer acercarse, sin otra explicación que un amor sin límites. Dios ha querido salvarnos desde dentro, tejiendo la aventura de cualquier ser humano y “Pasando por la vida como uno de tantos”.
Vamos a iniciar este nuevo Año eclesial, como dicen nuestras orientaciones pastorales Diocesanas: siendo artesanos de diálogo, justicia y paz.
Y vivir con atención, vigilantes, este debe ser nuestro distintivo como creyentes; ser centinelas por encima de la niebla y mirar “más allá”, no quedarse en lo inmediato, sino atravesar con la mirada el horizonte para descubrir, en los signos de los tiempos, la “Entrañable misericordia del Padre, que nos vista con su Luz nueva”, para poder ver, no solo lo que ocurre, sino por qué ocurre.
Jesús reclama esta actitud, Él, es aliento para nuestros anhelos y, una llamada fuerte a la renovación.
Adviento es una dinámica de vigilancia y de espera. Quizás lo más significativo, sea nuestra fe, un valor de alto estímulo frente a tanta rutina, desaliento, cansancio o mirada corta, sin horizontes amplios.
Todos necesitamos una buena dosis de esperanza; sin ella la vida se hace muy difícil, casi imposible -se cierra la puerta. La esperanza es el modo de ser de la persona, nos renueva siempre, revitaliza nuestros proyectos, alimenta la ilusión y reafirma el compromiso. Por eso decimos en este Adviento ¡Ven Señor Jesús!
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM, obispo Diócesis San José de Temuco