Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco.
La fiesta del Bautismo del Señor, al cerrar el tiempo de Navidad , marca un hito en la vida de Cristo y en la historia de la salvación. Jesús se acerca al río Jordán no solo para ser bautizado, sino para revelar su identidad y misión como el Hijo amado del Padre (Cfr. Lucas 3, 15-16. 21-22). Este acontecimiento, lleno de simbolismo y profundidad espiritual, nos invita a reflexionar sobre cómo Jesucristo puede y debe ser el centro de nuestra vida y misión.
Jesús se acerca al bautismo con humildad, identificándose con los pecadores, aunque Él no tiene pecado. Este gesto revela su solidaridad con la humanidad y su disposición a asumir nuestra fragilidad. Al sumergirse en el agua, no solo inaugura su misión pública, sino que consagra la vida ordinaria como lugar donde Dios actúa y transforma nuestra historia.
En el momento en que el cielo se abre y se escucha la voz del Padre: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Lucas 3,22), Jesús es confirmado como el Mesías, el Ungido enviado para reconciliar a la humanidad con Dios.
El Bautismo de Jesús ilumina nuestro propio bautismo. A través de este sacramento, no solo somos liberados del pecado, sino también incorporados a la Iglesia y llamados a ser discípulos misioneros. Ser bautizados no es solo pertenecer a una comunidad, sino participar activamente en la misión de Cristo: anunciar el Reino de Dios, servir a los demás y trabajar por la justicia y la paz.
Centrar nuestra vida en Jesús significa permitir que su ejemplo y enseñanzas guíen cada aspecto de nuestra existencia. Nos desafía a vivir con humildad, como Él lo hizo, y a servir a los demás, especialmente a los más necesitados. En un mundo que promueve el individualismo y la autosuficiencia, el Bautismo de Jesús, nos recuerda que nuestra verdadera identidad está en relación con Dios y con los demás.
La voz del Padre que proclama a Jesús como su Hijo amado nos recuerda que también nosotros somos amados por Dios. Esta certeza nos da fuerza para enfrentar las dificultades y nos impulsa a vivir con esperanza y alegría. Sin embargo, hacer de Jesús el centro de nuestra vida requiere un compromiso diario: orar, buscarlo en los sacramentos, y dejar que su amor transforme nuestras decisiones y acciones.
En un tiempo marcado por tantas divisiones y sufrimientos, el Bautismo del Señor nos invita a renovar nuestro compromiso con la misión que hemos recibido. Como bautizados, estamos llamados a ser testigos del amor de Dios en nuestras familias, trabajos y comunidades.
Dejar que Jesús sea el centro de nuestra vida y misión nos desafía a ser más conscientes de nuestras palabras y acciones, buscando siempre reflejar su amor. Significa trabajar por la unidad, consolar a los que sufren y luchar por la dignidad de todas las personas.