Comenzando agosto la naturaleza nos remese con su fuerza poderosa, alterando la normalidad de este invierno. Mes dedicado a la solidaridad por la Iglesia en Chile, que cada 18 de agosto celebra a San Alberto Hurtado, nuestro primer santo chileno, que se distinguió por hacer patente el amor al prójimo, en quien supo reconocer el rostro de Jesús.
Los fuertes vientos y las intensas lluvias en el centro y sur de nuestro país han alterado la vida de cientos de miles de personas, dejando en evidencia algunas de las tantas fragilidades que tenemos como comunidad y que debieran ayudarnos a crecer en el proceso de desarrollo humano en que nos encontramos.
Somos un país en vías de desarrollo, con fragilidad en servicios básicos, en estructuras, en educación, en las ciudades grandes, en los pueblos pequeños, en poblados apartados y en la vida rural. Ahora son las consecuencias del invierno, luego serán las del verano en que se evidenciarán otros graves problemas, como la falta de agua, para personas y animales, el riesgo de incendios, etc. Lo que nos pasa una y otra vez debe enseñarnos a tomar más en serio la necesidad de la prevención, lo que parte por una toma de conciencia comunitaria más lúcida acerca de su importancia.
En los decenios pasados también había fuertes vientos y lluvias, que ocasionaban muchos problemas, sin embargo es evidente que las condiciones actuales del clima son extraordinarias. No sólo los sucesos de otras latitudes nos sorprenden sino aquellos que ocurren en nuestro propio país y región. Alteran la vida de todos, pero a los más pobres los afectan aún más. Todo indica que se está dando un cambio climático drástico con consecuencias imprevisibles. Con mayor razón es necesario diseñar políticas de prevención, que ojalá generen una verdadera cultura, con participación comunitaria y socialización. Buscar enfrentar juntos los problemas que nos afectan a todos también es solidaridad.
Pero esto que hemos vivido en estos últimos días también debiera ayudarnos a reflexionar acerca de la fragilidad de nuestra existencia. Aunque dispusiéramos de muchos recursos, como sucede en países desarrollados y ricos, nuestra existencia es simplemente frágil ante los embates de la naturaleza, y, por supuesto, ante otras tantas adversidades que muchas veces vienen del mismo corazón del ser humano.
La solidaridad también es frágil, pero puede llegar a ser vigorosa y activa cuando es personal y comunitaria. La vida que se vive y piensa en los demás, en especial de los más pobres y desvalidos; que no incuba y cae en la indiferencia; que no se hiela en el encierro del egoísmo, esa vida tiene verdadero sentido y es fuente de alegría y esperanza. San Alberto Hurtado sigue enseñándonos el valor de una vida centrada en Jesús, cuyo Espíritu siempre enciende el fuego del amor en el corazón de cada uno, y centrada en los demás, especialmente en los más pobres y desvalidos, en quienes él reconoció el rostro de su Dios y Señor.
+ JORGE CONCHA CAYUQUEO, OFM
OBISPO DIOCESIS SAN JOSE DE TEMUCO