Pbro. René Riquelme Fuentes – Decano Decanato de Victoria.
Amar el país en el que se nació es un sentimiento natural, pero es también un deber que exige buscar, cada uno en su medida, el bien común por encima de intereses sectoriales.
Amar a la patria es algo grande. Comprende el amor a su territorio y naturaleza; a su historia y cultura; a costumbres y variadas tradiciones; y, en particular, nos llama a respetar y querer el bien de nuestros compatriotas, sin distinción de culturas, clases, grupos, ideologías, religión.
Esto no se contrapone con un espíritu católico. Así lo señala San José María en Surco: “Ama a tu patria: el patriotismo es una virtud cristiana. Pero si el patriotismo se convierte en nacionalismo que lleva a mirar con desapego, con desprecio, sin caridad cristiana ni justicia, a otros pueblos, a otras naciones; es un pecado”. (S 315)
El Patriotismo tampoco se opone a la acogida de los inmigrantes como nos enseña el Papa Francisco: Jesús está en cada uno de ellos, obligados, como en tiempos de Herodes, a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que debe interpelarnos. (Mt. 25,31-46)
En su visita a Chile, el Papa Francisco nos llamó a hacer de nuestro país “un lugar de encuentro, en el que todos, sin excepción nos sintamos convocados a construir casa, familia y nación”. Su petición nos debe impulsar a trabajar por una auténtica amistad cívica, a fortalecer los lazos de unión que deben primar sobre las legítimas diferencias que se dan en toda comunidad.
El desafío es crear puentes a través del diálogo, el mutuo respeto y la apertura a los demás en un contexto de real y sincera convivencia
Todas las personas somos diferentes. Nos distinguimos en el aspecto físico, la voz, la forma de pensar, el modo de interpretar la libertad, las soluciones que proponemos a los conflictos de la existencia, hasta en la manera de entender la humanidad o la propia vida.
Frente a esa realidad, nuestra actitud no es simplemente la de tolerar la diferencia, resignarse ante ella, aceptarla como si fuera un mal inevitable. Esa diversidad ha sido querida por Dios y, por tanto, es una riqueza, una manifestación de su infinitud. Las diferencias forman parte de la grandeza de la creación, podemos y debemos beneficiarnos de ellas. Cuando queremos a los demás tal cual son, los queremos como los quiere Dios.
Por eso el camino para encontrar al otro requiere una decisión personal, una actitud proactiva. Buscar juntos la verdad a través del diálogo, del conocimiento mutuo, “es un camino perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las personas y de los pueblos”.
Domingo 18 de Septiembre 2022