Queridos Hermanos y hermanas en el Señor:
Como bien sabemos, la visita del Papa Francisco a Chile está dando y seguirá produciendo muchos frutos en bien de la Iglesia y de la sociedad de nuestra patria. Uno de esos frutos es justamente la carta que hace unos días, nos hizo llegar a los Obispos. Una carta que tiene que ver con una realidad muy dura, compleja y no fácil de abordar adecuadamente. Dice relación con algo tan grave, como es el abuso de menores por parte de un porcentaje de hombres consagrados. Como es de dominio público, es algo que nos ha significado pérdida de credibilidad, confianza, pasión evangelizadora y el alejamiento de fieles.
Es por ello que la Iglesia en Chile desde hace tiempo, viene sufriendo por el gran dolor y enorme daño de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por el sufrimiento de las comunidades eclesiales y de tantos fieles que con admirable generosidad animan la misión pastoral, y dolor también por tantos buenos sacerdotes, que además del desgaste por la entrega de sus vidas al servicio de los demás, han debido sufrir el daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza. Por eso los pastores suplicamos a Dios, nos de la fortaleza de pedir perdón y la capacidad de aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo con todos estos acontecimientos, y discernir con profunda humildad lo que sea mejor para la Iglesia y su misión evangelizadora.
Cuando el primer caso que se hizo público, nos sentimos desconcertados. Era algo para lo cual no estábamos preparados. Un fenómeno cuyas características, significado y consecuencias en las personas desconocíamos, y por tanto sin mucha claridad de cómo hacer. Ello llevó a no pocos errores. Desde entonces, la Conferencia Episcopal ha venido haciendo grandes esfuerzos para enfrentar el problema: Elaboración de Líneas Guías para comprender y enfrentar el tema de la mejor manera, Protocolos de acción canónica y jurídica a la hora de recibir denuncias, acogida y acompañamiento a las víctimas, medidas respecto de los victimarios, que han llegado incluso a la pérdida del estado clerical. Talleres y Capacitación en Prevención del Abuso para sacerdotes, y agentes pastorales laicos en las obras de la Iglesia. (Solo en Temuco se han capacitado más de mil personas). La publicación de un Manual de Buenas Prácticas, para hacer de nuestros espacios lugares sanos y seguros para los niños y jóvenes, creación de una Comisión de Prevención con laicos expertos en todas las diócesis. En la nuestra se constituyó hace más de cinco años). Nuevas exigencias en la selección y formación de los seminaristas., etc. Sin embargo, todo ello a nivel nacional, no ha sido suficiente en un porcentaje de casos. Quizás algunas situaciones no siempre se han abordado adecuadamente, postergando una justicia debida y oportuna. De allí el justo malestar de los afectados y la misma sociedad.
Por ello, la carta del Papa luego de su visita, junto con señalar con toda claridad y condena el problema, nos ha invitado a Roma para discernir juntos las mejores opciones al respecto, abriendo así un nuevo camino en la búsqueda de soluciones que puedan orientarnos y restaurar la esperanza. Es por ello, que nos ha solicitado que durante todo este tiempo, toda la Iglesia en Chile entre en un estado de permanente oración. Desde ya, les agradezco mucho, que en sus comunidades busquen la mejor forma de llevar a cabo esta solicitud.
Queridos hermanos, como somos personas de fe, debemos creer que el reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad. Nos espera un largo camino, que nos exigirá una profunda conversión, que nos permita recomponer la comunión eclesial, reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia.
Estamos invitados, dice el Papa Francisco, a no disimular o esconder nuestras llagas. Una Iglesia con llagas es capaz de comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompañarlas y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y tiene nombre: Jesucristo. La conciencia de tener llagas nos libera, nos hacen solidarios, nos ayudan a derribar los muros que nos encierran, a tender puentes e ir a encontrarnos con tantos sedientos del mismo amor misericordioso que sólo Cristo nos puede brindar. El Pueblo de Dios no espera pastores perfectos, sino una Iglesia que lavada de su pecado, convertida y resucitada, no tenga miedo de salir a servir a una humanidad herida que tanto la necesita cada día.
Por la dimensión del desafío, sabemos que ello no es posible sin una auténtica fe y profunda oración de todos cuantos se sienten Iglesia, y de quienes sin serlo, aprecian su misión en el mundo. Estamos en las manos de Dios, porque la Iglesia es suya.
Muchas gracias queridos hermanos por su testimonio de fe, de esperanza, de amor, por su generoso perdón, por acompañarnos y ayudarnos aún en nuestras llagas. Que el Señor les bendiga con el auxilio de la Virgen Madre, bajo cuyo amparo nos acogemos.
Con afecto de Padre y Pastor,
Mons. Héctor Vargas.-