Todo llega. Después de las cuatro semanas de Adviento, ya estamos próximos a celebrar la Navidad, y ningún personaje nos puede ayudar tanto a prepararnos como la figura de María.
Sí, se acerca la Navidad. Se acentúa el encuentro familiar, la comunicación por diversas vías, las felicitaciones, los regalos, la ambientación de luces y colorido… ¿Qué hay de Evangelio en todo esto? ¿Hasta qué punto podemos afirmar que la Navidad sigue siendo la celebración festiva de la venida de Jesús?
Si fijamos nuestra atención en María, figura clave en esta última semana de Adviento, la encontramos llena de paz, o sea, llena de Dios, disponible y al servicio de quien la necesita. Ella nos puede ayudar mucho para vivir estos días con un verdadero sentido cristiano. Llevando en su seno la presencia de Dios, comparte anticipada y gozosamente la Navidad en casa de su pariente Isabel.
Detengámonos en este bello texto de la Visitación a su prima Isabel (Lc 1,39-45). Nos llenaremos de gratas sorpresas, es una escena entrañable: el encuentro de María con su pariente Isabel. María se ha dado prisa en visitarla, sin duda, llevada por el amor y por una vivencia de que Dios actúa en los sencillos que esperan todo de Dios. También podemos hoy poner nuestra mirada en María de Nazaret, la vecina amable y servicial. El encuentro que presenta el evangelio es una escena admirable. Está lleno de sorpresa, de ritmo, de alabanza, de felicitación, de vida, y de servicio.
Por eso hay que destacar cómo la experiencia de Dios lleva a María a hacer un camino de solidaridad. Después de aquella visita extraordinaria que Dios le regala, deja su casa y se va aprisa a la montaña para estar junto a su pariente, porque ha intuido que la necesita. Las dos mujeres oran por la vida. Pero María es realzada, además, por su actitud de servicio.
Por lo tanto, el nacimiento de Jesús, pobre y humilde, fue una “revolución” silenciosa y decisiva que generó una transformación fundamental de la humanidad. La Navidad es el gozoso cumplimiento de la promesa de salvación de Dios, en quien ponemos nuestra Esperanza. La Navidad es el misterio de la encarnación y el anuncio de nuestra salvación: «Hoy, en la ciudad de David, nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). «Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que… llevemos desde ahora una vida sobria, justa y piadosa» (Tit 2,11-12).
Con la Navidad, el cielo ha descendido a la tierra, y la liturgia del tiempo de Navidad nos invita a contemplar la luz que viene de lo Alto: Dios se hace hombre, el Eterno entra en el tiempo, el Omnipotente se hace pobre, el Altísimo se hace pequeño, el Fuerte se hace débil, el Incorruptible asume nuestra misma carne, el Hijo de Dios llega a ser uno de nosotros, naciendo como un niño.
En la víspera de Navidad, el Papa Francisco inaugura el Jubileo de la Esperanza. Nuestro mundo anhela “una esperanza que no defraude” (Rm 5,5), una esperanza que esté enraizada, inspirada y alimentada por el pobre y humilde Jesucristo, que entregó su vida por amor a la humanidad. ¡El año 2024 se acaba y se acerca la Navidad! La Iglesia católica dará inicio en todo el mundo al Jubileo de la Esperanza en el 2025, desde 24 de diciembre de 2024 al 6 de enero de 2026. El lema será Peregrinos de la Esperanza.
¡Les deseo una Feliz Navidad y un Año Nuevo 2025, lleno de esperanza!
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM, Obispo Diócesis San José de Temuco