• El 18 de febrero será recordado como el “martes negro” en la historia de la ciudad de Malakal, en Sudán del Sur. Ese día los rebeldes fueron de puerta en puerta para saquear, disparar a la gente a sangre fría y quemar sus casas.
• Las últimas imágenes que tiene la hermana Elena son las de un tanque, el cuerpo de una mujer violada y el humo de las aldeas en las orillas del Nilo. «Las únicas palabras que estaban presentes en el fondo de mi mente eran el último grito de Jesús al morir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Me imaginé que éste era el grito con que mueren muchos inocentes en este conflicto sin sentido».
» [dropcap]L[/dropcap]as personas en el interior de la Catedral estaban quietas y en silencio, pero de pronto señalaron a alguien acostado. Se trataba de un soldado del gobierno que había entrado al interior”. La Hermana Elena Balatti recuerda la peligrosa situación vivida en la Catedral de la ciudad de Malakal, al sur de Sudán. “Él fue herido de gravedad y la sangre empapaba un trozo de tela atada alrededor su cuello. Otro soldado herido estaba tirado un poco por delante y ocho soldados más se habían subido a la balcón superior de la iglesia. Se habían quitado sus uniformes y tenían sus armas amontonadas.»
El mes pasado la religiosa se protegió en la Catedral San José de los combates que se producían en Malakal, junto con cerca de un centenar de personas, la mayoría mujeres y niños. Dos meses antes la capital de la región de Sudán del Sur había sido “liberada” dos veces. La primera vez en la víspera de Navidad por los rebeldes del ex vicepresidente Riek Machar, también conocido como el «ejército blanco» debido a que untan ceniza blanca en sus cuerpos para protegerse de los insectos. Tres días después, el ejército del presidente Salva Kiir vino a liberarlos. La batalla política en esta naciente nación se lucha cada vez con más violencia y a lo largo de líneas étnicas. Machar lucha con su pueblo de la tribu Nuer contra un ejército del gobierno que en gran parte se compone de Dinka.
Aunque Malakal es un objetivo estratégico por el petróleo, la violencia contra los civiles en la ciudad se debe principalmente a motivos étnicos. Especialmente duras fueron las atrocidades durante un ataque de los combatientes Nuer en Malakal, el 18 de febrero. En este “martes negro” los rebeldes fueron de puerta en puerta para saquear, disparar a la gente a sangre fría y quemar sus casas. La mayoría de los civiles huyeron a los pueblos vecinos, al hospital, al campamento de las Naciones Unidas y a las iglesias. Sin embargo, no siempre encontraron la seguridad que buscaban. En el hospital varias pacientes mujeres fueron violadas y asesinadas. La ONU sólo logró proteger a parte de los veinte mil refugiados que buscaban refugio en el campamento. Y la hermana Elena quedó en una situación peligrosa, junto con cerca de un centenar de personas, cuando soldados del ejército del gobierno se refugiaron de los rebeldes en la Catedral.
«Algunas mujeres se apresuraron a meter todas las prendas militares en sacos de plástico, mientras que unos pocos hombres recogieron las armas. Tiraron todo en un pozo, mientras que otros buscaban ropa de civil para los soldados. Fui a llamar a la Hermana Cecilia para que pudiera cuidar a los heridos, cuando una de las mujeres dijo que el soldado herido en el cuello había muerto. En realidad no había muerto, sino que estaba agonizando. Nos quedamos con este muchacho de unos veinte años durante sus últimos minutos, rezando con él y por él, hasta que ya no respiró más. Pensé que la Presidencia de Salva Kiir o de Riek Machar no era digna de la vida de ese joven,» relata la Hermana Elena sobre ese día. «Debido a que su cuerpo era evidencia peligrosa de la presencia de soldados del gobierno, algunos hombres lo envolvieron en mantas y lo arrojaron encima de la valla de la iglesia. Mientras las mujeres limpiaban la sangre en el suelo, la hermana Cecilia con una enfermera empezaron a cuidar de los otros dos heridos.”
Cuando los rebeldes capturaron Malakal , esa misma mañana, tres miembros del ejército blanco saltaron sobre la cerca a la casa de las hermanas. «Su primera pregunta fue si había gente Denka allí, entonces me pidieron las llaves de los vehículos. Junto con la Hermana María les di las llaves de nuestros propios coches, pero no estaban satisfechos. Querían también las de otros vehículos que varias personas habían estacionado en nuestro recinto y en el recinto de la iglesia. Tres de los refugiados Nuer en la Catedral, que conocían a miembros del ejército blanco, los convencieron de que no había nada que pudiéramos hacer.” Sin embargo, el peligro no había terminado aún. “La misma tarde treinta hombres armados se reunieron frente a la catedral. Estaban buscando a un líder del ejército rival. A pesar de que seguramente no estaba en la catedral, un hombre armado apuntó con su lanzador de granadas a la iglesia y amenazó con disparar. Después de las negociaciones, algunos miembros del ejército blanco entraron en la iglesia para revisar a las personas. Llegaron a la escalera que conduce al balcón donde los nueve soldados estaban escondidos pero, por la gracia de Dios, no los vieron. Si los hubieran encontrado podría haber sido una masacre».
Debido a la advertencia de que volverían a la mañana siguiente, las hermanas y otras personas decidieron abandonar el recinto de la iglesia. Unos amigos los llevaron a las Naciones Unidas en la misma tarde. «El conductor vestía el uniforme de los rebeldes. Era otro triste recorrido a través de Malakal, con cuerpos de soldados, rebeldes y civiles esparcidos en las carreteras. Áreas de la ciudad estaban ardiendo.»
La hermana Elena acompañó a unas patrullas de las fuerzas de paz a las iglesias de la ciudad. La primera fue Cristo Rey. «Fuera de la puerta de la iglesia había tres cuerpos. Cuando la gente vio los vehículos de la ONU se precipitaron hacia nosotros. Era como si hubieran visto un rayo de esperanza y solicitaron que se les ayudara a llegar al recinto de la ONU. Ellos narraron cómo habían sido hostigados por el ejército blanco. Disparos y asesinatos habían tenido lugar dentro de las instalaciones de la iglesia. En los días posteriores a la visita, los recién llegados al campamento de la ONU trajeron más historias horribles, sobre todo del hospital, y de la catedral de San José.”
«Esa noche, los rebeldes se llevaron nueve niñas de la catedral. Algunas regresaron a la mañana siguiente, después de haber sido violadas. Una de ellas tenía sólo doce años de edad. Ese día Malakal se había convertido prácticamente en una ciudad vacía, sin civiles. Incluso ya no se veían animales domésticos. Buitres y perros se alimentaban de los cadáveres.
Las hermanas y los sacerdotes de la parroquia decidieron ir a la capital Juba. Las últimas imágenes que tiene la hermana Elena de Malakal son las de un tanque, el cuerpo de una mujer violada y el humo de las aldeas en las orillas del Nilo. «Las únicas palabras que estaban presentes en el fondo de mi mente eran el último grito de Jesús al morir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Me imaginé que éste era el grito con que mueren muchos inocentes en este conflicto sin sentido».
La hermana Elena es pesimista sobre el futuro inmediato de Malakal. «Prácticamente todos los 250.000 habitantes de Malakal han abandonado la ciudad, además de los que murieron durante la serie de batallas que tuvieron lugar desde la vigilia de Navidad. Esta guerra ha atenuado la esperanza en los corazones de las personas. Después del entusiasmo de los días de la independencia de Jartum, ahora ven el futuro de su país y el suyo propio, sombrío e incierto. Para esta generación practicar el perdón y no albergar sentimientos de venganza, será difícil. Las heridas son profundas, sobre todo para las numerosas víctimas de ambos lados. Creo que pocos logran perdonar realmente desde el corazón».
Ella ve un papel muy importante para la Iglesia en llevar esperanza. “La mayoría de las hermanas tienen el deseo, junto con la iglesia local, de volver a los lugares que nos vimos obligados a abandonar. Personalmente, he pedido a mi Congregación que me permita volver a Malakal cuando sea posible, sobre todo para ayudar a sacar de nuevo al aire a la radio Saut al-Mahabba, la emisora diocesana en la que trabajo. La hermana admite que el retorno exige mucho de ella. «La experiencia de ver la destrucción y la muerte en una escala tan grande ha sido un reto para mi fe. Me preguntaba por qué Dios, nuestro Creador, nos permite dañarnos tanto a nosotros mismos. Un día, un sacerdote me dijo que yo no puedo ponerme en el lugar de Dios y que tenemos que seguir humildemente en nuestro lugar. Esa declaración me dio cierta paz, recordándome que, a pesar de todo, Dios es el que está a cargo «.