Queridos hermanos, este domingo de Adviento en que nos preparamos espiritualmente para la llegada de Jesús, el Evangelio narrado por San Lucas (3, 10-18), nos invita a reflexionar sobre acontecimientos de la realidad, interpelándonos al mismo tiempo para ser promotores de esperanza concreta, sobre todo, a quienes dirigen o construyen destinos para nuestra sociedad, compuesta por tantas personas cansados de espera.
La interpelación es para reconstruir una comunidad de hermanos y hermanas, con valores solidarios, fraternos y de servicio, que como proyecto social y político, busque alcanzar la igualdad y equidad entre las personas.
El evangelista nos muestra en claves los problemas sociales que las comunidades vivían en esos tiempos. La pregunta que dirigen a Juan Bautista, tanto personas comunes, como representantes de estamentos públicos, en este caso, cobradores de impuestos y soldados, constituyen un rápido diagnóstico sobre problemas comunes, así como la búsqueda de la misión de cada uno respecto de los demás. “¿Qué debemos hacer?”. La respuesta, orientando el camino a seguir, que no es individual ni singular, sino en función de los otros, representa y abre una esperanza concreta, de acuerdo al rol que cada uno tiene en la sociedad. A cada uno le responde pidiéndoles anular una inconsecuencia humana: sólo actuar para sí mismo, les pide romper con acciones que, gestadas desde y por el poder provocan desigualdades e injusticias: «Comparte con el que no tiene,… no exijan más de lo establecido,… A nadie extorsionen ni denuncien falsamente denuncias, y conténtense con su sueldo» (cfr. Lc 3, 11 – 14). ¡Cuántas de estas inconsecuencias hemos escuchado casi a diario en nuestra región y país!
Al acercarnos al término de un año planetariamente convulsionado, les propongo que hagamos un pacto: ¡Recuperemos la esperanza con acciones sólidas y concretas, que reduzcan las brechas de desigualdad social, económica y de justicia!, que fomenten la solidaridad y la fraternidad, “haciéndonos cargo de los otros”, según el rol o función social y política, que a cada uno le compete. Renovemos confianza una vez más en el foco del quehacer de las autoridades locales y regionales que acaban de asumir; en los parlamentarios, que deben discernir y aprobar con más premura leyes justas para quienes sufren precariedades y vulneraciones en distintas etapas de sus vidas; que ello sea el resultado del compromiso universal por el otro, no un botín en juego, que dilata su aprobación por intereses mezquinos. Las leyes y acciones en el ámbito tanto público como privado, son proyectos de esperanza para la comunidad. Por eso, en nuestra intimidad de pensamiento, volvamos a preguntarnos: ¿Qué «debemos» hacer? la respuesta, con certeza nos conectará con los otros a quienes nos debemos. Entonces, ¡seamos constructores de esperanza en el lugar social en que estemos!, respondiendo a las necesidades de nuestro prójimo, que ha fijado sus esperanzas en quienes son sus representantes en los diferentes poderes del estado. ¡Es deber de todos, que Chile siga siendo un país culturalmente rico y lleno de Esperanza!
Hay una fuerte conexión entre el tiempo de, espera que significa el Adviento, tiempo previo a la Navidad, con el anhelo profundo de que el Reino de Cristo se realice en tantas formas y expresiones en atención a su venida definitiva. Jesucristo ilumina y ayuda los corazones y las mentes de quienes se dan cuenta, sueñan y trabajan por un mundo mejor. Él sabe y expresa las esperanzas profundas del ser humano. En definitiva, Él es nuestra esperanza.
Con afecto, y caminando hacia el Centenario de la Diócesis, les transmito el mismo saludo de San Pablo a los Filipenses: «Que la paz de Dios, que supera todo juicio, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús».
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM, obispo Diócesis San José de Temuco