La confianza es un valor y una virtud frágil, delicada y necesaria en las relaciones de las personas, porque permite, entre otras cosas, crear el ambiente o los contextos para lograr objetivos positivos en el mundo de las relaciones interpersonales y sociales. De partida, hace posible el encuentro, el diálogo, destraba situaciones difíciles, permite la colaboración, hace posible la unidad, la paz, pone las bases para pensar y desarrollar proyectos orientados al bien común y tantos otros objetivos de la vida.
Sin confianza no es posible la amistad entre las personas, tampoco es posible la amistad cívica o social. Por ende, la confianza es un desafío necesario y permanente para todos, en la vida privada y en el servicio público; valor que se debe cuidar y en el cual hay que perseverar, aun cuando se den situaciones contrarias, si se quiere construir un mundo mejor. Ayudarán a recomponer o construir confianzas otras virtudes básicas y tan humanas como la humildad, la sinceridad, la honestidad.
El Evangelio de este domingo nos dice que Jesús sintió compasión de la gente, porque «estaban cansados y desorientados como ovejas sin pastor» (Mt 9, 36) y luego llamó a doce de sus discípulos para hacerlos sus apóstoles, y el evangelista Marcos agrega que los llamó «para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 14).
Estar con Él e ir a los demás son dos condiciones de todo aquel que es llamado. Si no se está con Él tampoco se puede ir en su nombre. Si el discípulo no está primero con Él, pierde el sentido de su vida, como la sal que pierde su sabor (cfr. Mt 5, 13) y se desvirtúa la misión, porque es Él quien la significa y la sustenta. Las ramas no tienen vida si no permanecen unidas a la vid (cfr. Jn 15,4). Si el discípulo no está primero con Jesús, no lo podrá llevar a los demás, y terminará llevándose o mostrándose a sí mismo. La conexión y la sintonía con el Señor Jesús es condición para la vida, salud, testimonio y calidad del mensaje del discípulo al servicio de los demás. Pero, además, la amistad con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, ayuda al discípulo, y a todo hombre o mujer que lo desee, a progresar en las auténticas virtudes que hacen más humana la vida, como la confianza, la amistad, la solidaridad y nos ayuda a ser mejores hijos y padres; es decir, nos ayuda a llevar una vida orientada por el amor, que en definitiva es lo que le da su verdadero y más alto sentido.
Escribe: Monseñor Jorge Concha Cayuqueo, Obispo Diócesis San José de Temuco.