La Inmaculada Concepción
Cada 8 de diciembre, la Iglesia celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción, dogma proclamado en 1854 por el Papa Pío IX, verdad de fe, profundamente arraigada en la fe cristiana desde los primeros siglos. En María, concebida sin pecado original, contemplamos el proyecto amoroso de Dios para la humanidad: ella es Hija, Mujer y Madre plena, en comunión con Dios.
María es la Hija Servidora de Dios por excelencia. Desde su “Hágase en mi según tu Palabra” en la Anunciación (Cf. Lucas 1, 26-38), Evangelio que leemos de manera especial este Domingo en todo Chile, se ofrece por completo a la voluntad del Padre. Este sí libre y generoso transforma su vida y la convierte en regazo por quien llega al mundo la salvación.Al contemplarla, los discípulos de Cristo encontramos un modelo de disponibilidad y confianza en Dios, incluso en medio de incertidumbres y desafíos.
Además de ser Hija, María es también Mujer de Esperanza. En su canto del Magníficat (Cf. Lucas 1, 46.55), vemos cómo proclama la justicia y la misericordia de Dios, siendo voz de los humildes y los olvidados. La Virgen Inmaculada, nos invita a mirar más allá de los horizontes inmediatos y a confiar en las promesas de Dios que nunca abandona a su pueblo. En este mundo lleno de desigualdades y sufrimientos, María es testimonio de que Dios actúa para transformar la historia.
Como Madre, María abraza a cada peregrino y discípulo de Cristo. En ella encontramos refugio, consuelo y guía en nuestro caminar hacia el Reino. En la Cruz, cuando Jesús entrega a su Madre al discípulo amado, María se convierte en madre de todos nosotros (Cf. Juan 19, 26-27), sosteniéndonos en los momentos de prueba y recordándonos nuestra vocación a la santidad.
Hoy, al celebrar su Inmaculada Concepción, recordamos que María, la Mujer sin mancha, es un ideal alcanzable de humanidad y santidad, además nos recuerda que Dios puede obrar en cada uno de nosotros si nos abrimos a Su gracia. Ella es la estrella que nos guía en nuestro camino como peregrinos, recordándonos que nuestra meta es siempre Cristo, su Reino de Vida y de Servicio.
Que, como María, aprendamos a decir “sí” a Dios cada día y, a través de nuestras vidas, seamos testimonio vivo de esperanza, servicio y amor en nuestro mundo.
+ Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco.