¡Si Señor, yo creo que tú eres el Hijo de Dios!
Escribe: Pbro. Juan Andrés Basly Erices, administrador diocesano.
Estamos viviendo el 5to Domingo de Cuaresma, y no podemos olvidar que nuestro camino cuaresmal se dirige hacia la Pascua de Resurrección. Si recordamos los domingos anteriores, Jesús se nos ha revelado como el agua que es necesaria para calmar nuestra sed, luz para iluminar nuestras cegueras. Hoy la Palabra de Dios nos muestra a Jesús como la Vida y Resurrección nuestra. El evangelio de Juan relata la resurrección de Lázaro (Jn 11,1-45), vemos cómo Jesús se acerca hasta la tumba donde está Lázaro, las hermanas del difunto parecen lamentarse del retraso del amigo, como nos suele ocurrir a nosotros más de alguna vez.
Pero si reflexionamos sobre el relato de la resurrección de Lázaro, nos damos cuenta que es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra parte, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?».
Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres», está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.
La familia está rota, como les sucede a tantas familias diariamente. Pero, cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?
Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia, a los seguros de vida y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.
Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.
Vivimos en una sociedad que ha sido descrita por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman como «una sociedad de incertidumbre». Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, tal vez nunca se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En quién podemos esperar? Solo en Jesús quien suscita en ellas la esperanza y en sus discípulos la fe.
Jesús trasciende la muerte y nos abre un camino de esperanza. El error de Marta fue «mirar el sepulcro. Ahí solo hay corrupción. Jesús no mira el sepulcro. Mira al cielo dónde está su Padre que nos quiere mucho más de lo que pensamos. Es escuchado por el Padre. Jesús da un grito de poder y sale Lázaro, aunque atado con vendas, es decir, está atado al espacio y al tiempo. volverá a morir. Algunos se hubieran conformado con la Resurrección de Lázaro.
El sepulcro de Lázaro huele a muerte, el de Jesús huele a vida. Hay un amanecer, una nueva luz, un nuevo día en aquel jardín. Hay una presencia perfumada. Él al marchar nos dijo, voy a preparar un sitio. Donde yo estoy quiero que estén también ustedes. Desde el momento que Dios se ha hecho hombre Jesús no quiere ser feliz solo. Quiere serlo con nosotros. Porque yo soy la Resurrección y la Vida”. El que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?».