Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco
La Iglesia en su misión de anunciar el Evangelio (cfr. Mt 28,19-20), tiene una competencia inherente para hablar sobre temas valóricos que afectan la dignidad humana y el bien común. Fundamentada en la Palabra de Dios y en la autoridad de su Magisterio, la Iglesia es llamada a proporcionar orientación ética sobre las diversas realidades terrenas, el valor fundamental de la vida, promoviendo la justicia, la paz y la solidaridad y la salvaguardia de la creación como Casa Común de todos y todo.
En este sentido, la Iglesia no se limita a hablar de sí misma, sino que se compromete con la humanidad, defendiendo los derechos fundamentales de la persona y promoviendo un mundo más justo y pacífico. Así lo enseña el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, en su calidad de sacramento universal de salvación, tiene el derecho y el deber de emitir juicios morales sobre las realidades terrenas, cuando se trata de defender los derechos fundamentales de la persona o de promover el bien común» (Gaudium et Spes, n. 76). Y Juan Pablo II decía: «La Iglesia tiene el derecho y el deber de intervenir en el debate público sobre los temas que afectan la dignidad humana y el bien común» (Centesimus Annus, n. 47). Lo mismo el Papa Francisco: «La Iglesia no debe ser una institución que se limite a hablar de sí misma, sino que debe ser una institución que hable de Dios y de la humanidad, y que se comprometa con la justicia y la paz» (Evangelii Gaudium, n. 25).
La Iglesia tiene todo el derecho y el deber de dar su opinión acerca de los temas que tienen que ver con el ser humano y la realidad social. Tiene el derecho en un estado democrático y en el que se consagran las libertades de expresión y la libertad religiosa y el derecho a dar a conocer sus principios y enseñanzas. Tiene el imperativo moral de dar a conocer el Evangelio, donde están las enseñanzas fundamentales de Jesús, y frente a ello no puede callar. Los temas valóricos le competen, y en particular en cuestiones de la moral de las personas y de la moral social.
Para la Iglesia la vida humana es sagrada y la dignidad humana está en la base de la sociedad humana; cuando se pierde de vista este principio fundamental se desmorona todo el entramado social. El respeto de la vida humana, su carácter sagrado, a partir de la enseñanza bíblica, comprende al ser humano que está por nacer. De aquí su radical posición en favor de la vida y su clara oposición al aborto.
Por estos días está comenzando para el mundo cristiano el Año Jubilar 2025 del advenimiento del Hijo de Dios, Jesucristo. El Papa Francisco le ha dado inicio con la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en Roma el 24 de diciembre, recién pasado. Es un signo que nos recuerda que Jesucristo es la Puerta (cfr. Jn 10,9) por la cual todos podemos acceder al Padre. Aquí en Temuco, como en todas las diócesis del mundo, daremos inicio solemne al Año jubilar este domingo 29 de diciembre.
Al celebrar este jubileo del nacimiento de Jesús en Belén, pone al mundo cristiano frente a su fuente, a su centro y a su meta: Jesucristo, Señor de la vida y de la historia y a su enseñanza, que es «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6), para todos. Es una oportunidad más para escuchar su voz y para desear entrar a través de Él, que es la Puerta abierta que nos accede al Padre.
Es oportunidad para que como discípulos renovemos nuestro compromiso con su enseñanza, en un ambiente crispado, violento, con guerras, con crisis humanitarias, con crisis por el cambio climático, y en tantos lugares, también en nuestro país y en nuestra región, oscurecido por las palabras y acciones violentas, de nosotros, los hombres y mujeres. Cristo es y será siempre fuente de luz, de esperanza y alegría, y, por lo mismo, el Jubileo que lleva como lema «Peregrinos de Esperanza», es una oportunidad para renovar nuestro compromiso con la misión de anunciarlo como la Buena Noticia para todos, hombres y mujeres y para toda la creación.