Escribe : Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis San José de Temuco
Cuando somos bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, formamos parte de una unidad perfecta, con el propósito de llevar a cabo el plan de salvación del Padre Celestial. Este es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. La Trinidad es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio y de compartir. Las personas por el amor somos reflejos de esa trinidad donde estemos y actuemos.
Los cristianos desde nuestro bautismo, usamos el signo de la cruz. Este es el primer signo de unidad y comunión perfecto, que nos convoca a vivir y renovar permanentemente uno de los misterios más importantes de nuestra fe, el de la Santísima Trinidad. Al celebrar a Dios Uno y Trino se reconoce que la vida divina es comunión de personas: del Padre, el hijo y el Espíritu Santo. De ahí que al género humano le sea propia la vocación a la unidad, a formar un solo pueblo. El bautismo nos revela y hace parte de esta vocación y compromiso, tan necesarios para enfrentar los desafíos comunes de desarrollo humano y social con éxito. La Santísima Trinidad es un modelo de comunión, heredado de Dios, para aprender a vivir en comunión y fraternidad como un solo pueblo, aún en las diferencias.
El Evangelio (Mateo 28, 16-20) nos revela como Jesús después de su Resurrección, se encuentra con los discípulos en Galilea. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. La Santísima Trinidad, que representa a Dios Padre, a su hijo Jesús y al Espiritu Santo, como tres personas distintas, es un regalo para nuestro tiempos y todos los pueblos.
Cuando el Papa Francisco nos visitó, justamente aquí en nuestra tierra, apeló a esta imagen que es base de la común dignidad, que nos recuerda constantemente que la vida es relación, es comunicación, integración, no exclusión, y al mismo tiempo, que lo que realiza esa unidad es el amor, porque “Dios es amor”. El Papa Francisco nos instó a no confundir unidad con falsos sinónimos: “Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad con uniformidad”; “la unidad no es un simulacro ni de integración forzada ni de marginación armonizadora, es una diversidad reconciliada porque no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o comunitarias”. Qué duda cabe, necesitamos de la riqueza de todos en la diversidad.
En su pedagogía el Papa Francisco nos enseña una clave, desarrollar el “Arte de la escucha y del reconocimiento”. Afirmó que la unidad es un arte, que necesita y reclama artesanos auténticos que sepan armonizar las diferencias. Nos dice, que no es un arte de escritorio, ni documentos, sino un arte de la escucha y del reconocimiento.
Te pedimos Señor en esta celebración, que en el nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nos ayudes a ser artesanos de la unidad. Amén.
Diócesis San José de Temuco, camino al Centenario