Volver la mirada al interior de cada uno y recuperar la alegría y el gozo del alma en estos complejos tiempos, es la reflexión y el llamado que en sus palabras de la columna dominical publicada en el Diario Austral que Fray Mario Márquez, decano de Temuco Norte, escribió para esta sociedad.
Hablar de esperanza hoy para muchos puede sonar como algo idílico, sin sentido o lejano, sobre todo por la realidad que nos toca vivir en el amplio sentido de todas las cosas, tanto a nivel internacional, nacional, regional e institucional. Vivimos en un mundo totalmente convulsionado, agitado, amenazado, tremendamente violento, directa o solapadamente la violencia se deja ver y sentir de diversos modos y formas, tanto en las personas como en sus instituciones de toda índole. Todo está en crisis y todo ha sido y es afectado y permeabilizado, incluso en las instituciones que teníamos como las “instituciones más sólidas y creíbles”
Frente a esta realidad, pareciera que no hay espacio para la esperanza y lo único que nos quedaría es sobrevivir o sucumbir a una realidad catastrófica que cada día nos aplasta y nos supera, frente a lo cual, pareciera que lo único que va quedando es sucumbir y rendirnos a algo que nos supera y que no está a nuestro alcance solucionar.
Entonces la pregunta que debemos hacernos es ¿Que nos ha pasado o qué nos está pasando? Y no debemos mirarlo ni buscarlo hacia fuera o en buscar responsables, la mirada tiene que volverse hacia uno mismo, mirar la propia vida, la interioridad del ser, pues estamos llenos de todo y vacíos de nada. Hoy hemos puesto nuestro ser en las cosas, en la fama, en el poder, en el tener, en el placer, en la felicidad pasajera que dan estas cosas, que nos mantienen embolinados y drogados sin darnos cuenta, hemos perdido nuestro ser interior, la riqueza y los dones de la vida, hemos perdido la alegría y el gozo del alma. Es la hora del retorno a la vida verdadera y no conformarnos con las migajas que dan las cosas. Decimos ser libres, pero estamos prisioneros de tantas cosas que ni siquiera nos damos cuenta y las incorporamos a la vida como si fueran normales, corriendo el riesgo de avalar lo bueno como malo y lo malo como bueno.
Este mundo es un jardín bello y hermoso y lo más bello es el ser humano, aquí hay espacio para todos, es nuestra Casa Común donde todos habitamos, aquí vivimos, convivimos y nos encontramos todos de toda raza, lengua, pueblo, nación, creyentes y no creyentes. Ante todo, lo primero que nos une, es que todos somos personas, ese es nuestro primero y principal punto de encuentro: en la humanidad del ser nos encontramos todos, que está por sobre todo.
Para vivir esperanzados hay que encontrarnos en la humanidad de nuestro ser, valorando a cada uno tal cual es, sin prejuicios, abriéndose al diálogo en todas sus formas y sin condiciones, eso nos permitirá apertura a uno mismo, al otro y al mundo, libres de competencia, viendo al otro como un hermano para su hermano y no un lobo para su hermano
El retorno a la interioridad y a la armonía del ser, hará que el ser humano, pueda encontrar su centro y abrazarse con lo más bello de su bondad, unos lo harán por la Fe en Dios y otros guiados por el Bien, el Sumo Bien.