Diócesis de Temuco

La Inmaculada en Tiempos de la Misericordia

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Esta semana, con motivo de la Inmaculada Concepción, cerraremos la Puerta Santa de la Misericordia en Temuco y Angol, por la que durante un año miles de fieles cruzamos para ganar las gracias de este Jubileo mundial al que convocó el Papa Francisco. Es en esta fiesta en que  justamente celebraremos a María como la “Llena de Gracia” divina. (Lc 1,28).La Virgen María está llamada en primer lugar a regocijarse por todo lo que el Señor hizo en ella. La gracia de Dios la envolvió, haciéndola digna de convertirse en la madre de Cristo. La plenitud de la gracia transforma el corazón, y lo hace capaz de realizar ese acto tan grande que cambiará la historia de la humanidad.

La Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios. Él no sólo perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva. El comienzo de la historia del pecado en el Jardín del Edén desemboca en el proyecto de un amor que salva. Las palabras del Génesis nos remiten a la experiencia cotidiana de nuestra existencia personal. Siempre existe la tentación de la desobediencia, que se manifiesta en el deseo de organizar nuestra vida al margen de la voluntad de Dios. Esta es la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios. Y, sin embargo, también la historia del pecado se comprende sólo a la luz del amor que perdona. El pecado sólo se entiende con esta luz. Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados de entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo encierra todo en la misericordia del Padre. La Virgen Inmaculada es para nosotros testigo privilegiado de esta promesa y de su cumplimiento.

Entrar por la Puerta Santa que es Cristo, significó descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno. Es Él quién nos busca y sale a nuestro encuentro. Que el haber atravesado la Puerta Santa, por lo tanto, haga que nos sintamos partícipes de este misterio de amor. Abandonemos toda forma de miedo y temor insano ante Dios, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más bien, la alegría del encuentro con la gracia divina que lo transforma todo.

Hace 50 años, en La Inmaculada Concepción, el Concilio Vaticano II abría justamente otra puerta al mundo. Un verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo, marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de su encierro que la habían recluido en sí misma, para reemprender con entusiasmo el camino misionero. Era un volver a tomar el camino para ir al encuentro de cada hombre allí donde vive: en su ciudad, en su casa, en el trabajo, dondequiera que haya una persona, para compartir gozos y esperanzas, tristezas y angustias, llevando la alegría del Evangelio, la misericordia y el perdón de Dios. Que habiendo cruzado la Puerta Santa, nos comprometamos a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano.