El fenómeno migratorio ha adquirido mucha relevancia en el último tiempo en muchos lugares del mundo y también en Chile. A la base de las diversas oleadas migratorias están las precarias condiciones de vida causadas por guerras, convulsiones políticas, situaciones de opresión, inseguridad, discriminación, pobreza, falta de expectativas de desarrollo para la vida individual y familiar en los países de origen. Debe ser extremadamente potente para que una persona decida huir de su país de origen, por lo general, arriesgando todo: sus vínculos afectivos más importantes e incluso la propia vida y la de sus seres queridos, y, muchas veces, hacia un futuro incierto. Son millones y millones las personas que directa e indirectamente son forzadas a buscar mejores condiciones de vida: del pan material y del pan inmaterial, como trabajo, paz y un horizonte que les permita también soñar.
En Chile nos ha sorprendido la gran cantidad de migrantes que en el último tiempo ha llegado a nuestro país, pero es lo que sigue sucediendo en muchos lugares del mundo y de nuestro continente. No somos una isla. Pero debiera sorprendernos aún más la mala memoria de la que damos cuenta, en gran parte por desconocimiento de nuestra historia nacional. Chile es un país que, después de la invasión del siglo XVI, se ha venido construyendo por migrantes de muchas procedencias; y la inmensa mayoría de esa migración pasada también fue movilizada por las condiciones desfavorables para la vida en los lugares de origen y al mismo tiempo por la búsqueda de oportunidades para el desarrollo. Sin duda, todos, tanto los migrantes de ayer como los de hoy han sido y son un aporte para el desarrollo de esta casa común que compartimos, con su riqueza humana, espiritual, cultural y laboral.
Los cristianos somos herederos de Abraham, el padre de la fe, que salió de Ur de los Caldeos, migró a lugares desconocidos en pos de una promesa de una tierra nueva para él y su familia. Por la fe nos remitimos a la experiencia del éxodo de un pueblo errante por siglos. Contemplamos la experiencia de José y María, que también buscaron un futuro mejor para ellos y para su Hijo Jesús, y sabemos de millones de cristianos de diversas tradiciones, que, por su fe, han debido huir de sus lugares de origen por las adversidades, en búsqueda de un futuro mejor. Sería largo enumerar. La Palabra de Dios nos recuerda que somos peregrinos, migrantes, de camino a la tierra y Patria definitiva. Somos un gran pueblo de peregrinos. Jesús dice: «fui forastero y me acogieron» (Mt 25, 35). Por lo mismo, el Papa Francisco dice que el encuentro con el migrante también es un «encuentro con Cristo».
La Iglesia en Chile ha expresado «su máxima preocupación por el creciente sentimiento desfavorable hacia la migración» causado por diversos factores. A este punto cabe recordar que las anomalías y desviaciones sociales, como la delincuencia y el mal vivir en general, están presente en la vida social de todos los hombres y mujeres, no distingue razas, color de piel ni nacionalidad. Por lo mismo, la Iglesia llama a tener una mirada fundada en los principios de la fe cristiana frente a la migración.
El primer domingo de septiembre, la Iglesia en Chile la dedica a la oración y a la promoción de la solidaridad con los migrantes. El tiempo que vivimos es propicio para levantar la mirada frente el fenómeno migratorio de nuestro tiempo; una mirada y actitud que honre nuestra historia nacional y nuestra fe como creyentes. Tenemos la oportunidad de ponernos en lugar de los demás, de ser acogedores, solidarios, y no sólo como individuos, que ya es muy positivo, sino como comunidad nacional, por lo mismo, la Iglesia aboga por la regularización de la migración y de los migrantes.
+ Jorge Concha Cayuqueo, OFM