El domingo 22 de septiembre a las 9:44 de la mañana comienza la primavera 2024 en nuestro país y con pocas variaciones, según los husos horarios, en el hemisferio sur. Con esa precisión se sabe en nuestro tiempo el comienzo de una estación del año. Mismo tiempo para el día y la noche en todo el mundo: equinoccio de primavera.
En el mes de la Patria, el despunte del buen tiempo, con cambios en la temperatura, y, sobre todo, el despunte de los brotes de los árboles, de las flores, de los sembrados, del pasto, y la aparición de más pájaros que cantan, que se ven inquietos por hacer sus nidos. Todo eso hace que la primavera sea la estación del renacimiento, de la renovación, y para muchas culturas, del retorno; tiempo de la superación de la aparente muerte, la estación en que la vida recomienza a mostrar su tierno vigor e incluso su esplendor. ¡Cuánta vitalidad en la tierra y en toda la naturaleza! en la flora y la fauna, y ¡cuánta vitalidad biológica, psíquica y espiritual, se despierta en nosotros los seres humanos y en la vida en general, quizás sin darnos cuenta, por el impacto armonioso de este hecho de la naturaleza!
Es don de Dios, del Creador, para toda la vida, en especial para el ser humano. Nos recuerda la conexión profunda que existe entre todo por el hecho primordial: todo es obra de Dios Amor y Creador, por eso es bueno y para el bien de todo y de todos. Para los cristianos «Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta» (Laudato Sii, 18)
Y Dios puso al ser humano, hombre y mujer para que cuidara y administrara su obra maravillosa, con inteligencia, libertad y conciencia donde está el sello del bien. En cada molécula de la creación está impresa la huella del Creador, manantial de amor, de vida y de belleza. Pero muchas veces, quizás sin darnos cuenta, por olvido u obnubilados por algún falso bienestar, desviamos, atrofiamos o simplemente perdemos la capacidad para contemplar y maravillarnos ante este precioso don, llegando a ser estropeadores, destructores y desagradecidos. «El mundo canta un amor infinito, ¿cómo no cuidarlo?», dice el Papa Francisco con admiración y con un propósito.
Justamente la admiración debe pasar al propósito de cuidar, de respetar, de armonizar nuestra vida personal y comunitaria con todos los seres vivos, con el entorno, con los grandes y vistosos íconos de la naturaleza que nos rodea, pero igualmente con los seres más pequeños que están en nuestro entorno más cercano. Desgraciadamente hay maltrato animal, de los árboles y de las flores de nuestras calles; se hace “poda de árboles”, al parecer, sin tener un mínimo de instrucción; hay maltrato de humedales. Los propósitos deben comenzar por el cambio de mentalidad, de comprensión personal acerca del valor que tiene la creación para el bien de la vida de todos, y esto debe ser apoyado con políticas de la comunidad: en y desde la familia, la escuela, la iglesia, la universidad, la empresa, los medios de comunicación, la municipalidad, es decir, en y desde todo espacio de comunidad organizada, donde se forma conciencia.
+Jorge Concha Cayuqueo, OFM, obispo Diócesis San José de Temuco