- A días de una nueva conmemoración de esta fecha, en que trabajadores y trabajadoras abordan su rol en esta sociedad, postura que cobra mayor relevancia en este tiempo en que la pandemia está azotando a tantas familias, cuyas fuentes laborales se han visto afectadas, monseñor Héctor Vargas profundiza sus palabras al respecto, en su columna dominical del Diario Austral, publicada el domingo 25 de abril.
- Se invita a participar vía remota de la celebración que presidirá el obispo de la Diócesis San José de Temuco, en la fiesta de San José Obrero, el DÍA DEL TRABAJO, ceremonia que será transmitida a las 11 horas, desde la Parroquia Jesús Obrero, por el Facebook Comunicaciones Obispado de Temuco y el Canal UCTEMUCO.
Un posible análisis acerca del futuro del trabajo, debe estar inscrito en una perspectiva más amplia y de mayor alcance, referida al rol del trabajo y su centralidad en nuestras sociedades. Esto es necesario, de manera de orientar el proceso en una perspectiva de la necesidades y aspiraciones que la sociedad hace recaer sobre el trabajo como actividad fundamental. En esos términos, la pandemia dejó en evidencia que el modo en que entendemos el trabajo como factor social y no solo económico, también es determinante en la forma en que las naciones encaran y superan sus crisis.
En tal sentido, preocupa que el trabajo venga siendo sometido por décadas a una sostenida precarización de las condiciones laborales, bajos niveles remuneracionales, fuerte incremento de la informalidad y alternativas muy débiles y acotadas para el diálogo en las empresas, todos factores que han agravado seriamente los efectos de la crisis sanitaria.
En efecto, los bajos ingresos autónomos de las familias chilenas provocaron que esta crisis las sorprendieran con altísimos niveles de endeudamiento y nulas posibilidades de enfrentar la emergencia cuando sus actividades fueron suspendidas. Los dispositivos de apoyo estatal se vieron obligados a distinguir entre quienes tenían empleo formal y con antigüedad mínima, y una mayoría que, por desempeñarse en actividades informales o por cuenta propia, lo que ha dificultado o en ocasiones hecho imposible el acceso a los subsidios establecidos. Todo esto, en un contexto en el que no han existido instancias de articulación entre trabajadores y empleadores que podrían generar los consensos necesarios para el retorno seguro a la actividad productiva.
Si a lo anterior agregamos que en el reciente debate sobre el uso de un diez por ciento de los fondos individuales acumulados en el sistema AFP, uno de los pocos elementos consensuales ha sido el reconocimiento generalizado de la escualidez de tales ahorros, en relación directa con la de los salarios.
Así, más allá de la dimensión sanitaria, la pandemia ha puesto en evidencia dos aspectos importantes. Por un lado, la limitada capacidad de los instrumentos de protección social existentes desarrollados en las últimas décadas, y por otro lado, ha desnudado aspectos estructurales de inequidad e ineficiencia que presenta el sistema de seguridad social como un todo, el cual representa restricciones para dar respuesta tanto a las necesidades de seguridad de ingresos de los trabajadores y sus familias, como en el largo plazo para las contingencias asociadas con la vejez.
Esto pone de manifiesto lo necesario de compatibilizar los objetivos de mayor productividad con salarios, condiciones de trabajo y seguridad social decentes. En otras palabras, el desarrollo sostenible puede tener como condición necesaria los equilibrios macroeconómicos, pero será inalcanzable si no encaramos decididamente la agenda que nos permita colocarnos en un camino para el logro de los equilibrios sociales y sustentabilidad de nuestra sociedad. Que las leyes en camino y proceso constituyente, puedan colaborar en este sentido.