Escribe: Mons. Jorge Concha Cayuqueo, obispo Diócesis de Temuco
La violencia genera más violencia. Hay que detenerla lo antes posible, con justicia y razonamiento; de lo contrario, sigue aumentando en espiral de violencia, sumando hechos de crueldad o engendrando más odio y resentimiento que tarde o temprano buscará manifestarse.
Pero también es posible prevenir hoy lo que mañana podría ser demasiado tarde. Es parte de la responsabilidad de una democracia. El elástico de los extremos se corta. No hay que estirar tanto las diversas aristas en situaciones de conflicto porque pueden llevar a escenarios aún peores. Hay que prever y adelantarse. Es razonable reconocer y aceptar, entre otras cosas, que las situaciones se pueden ver desde una pluralidad de miradas, según la pluralidad de pensamientos, que parte del reconocimiento de la diversidad de personas, de pueblos con sus culturas e historia. Razonable es reconocer y aceptar que las personas no sólo compartimos espacios territoriales sino también compartimos destinos. Todos somos custodios de este mundo lleno de bendiciones y de nobles frutos que debemos preservar para las futuras generaciones. Razonable es reconocer y aceptar que la pluralidad, lejos de ser un obstáculo, es positiva porque nos enriquece y la podemos aprovechar como tal. Lo que no es razonable es ignorar, invisibilizar y, mucho menos, intentar siquiera, destruir y exterminar. Eso nunca ha sido ni será solución. Eso perpetúa el odio, caldo de cultivo de violencia y de guerras. Hay muchos testimonios al respecto. Eso choca con la conciencia, con la razón, con el amor. En definitiva, no es humano. Lo humano, y por ende, razonable, es buscar con creatividad soluciones justas. En vez de estirar las situaciones, como si fueran una cuerda, hasta que se rompan y estallen, hay que estirar la capacidad creativa que tiene el ser humano. La solución que suma más muertes y destrucción no es solución ni victoria; solución es la acción que genera y garantiza la vida, la justicia y la paz, y esa paz es compartida y duradera. En definitiva, solución es la victoria de la vida por sobre la muerte.
¡Para qué nombrar a los protagonistas de las escenas de los últimos días! Escenas de destrucción, de muerte y de inconsolable dolor, por las vidas de personas, la destrucción de bienes y la hipoteca del futuro de generaciones. Todos sabemos de quiénes se trata. Y todos sabemos que es apenas el último de varios escenarios que están activos alrededor del mundo.
¡Dios quiera, y nos ayude, a que no sea un escenario cercano a nosotros! Pero es responsable preguntarse si estamos haciendo lo suficiente para advertir hechos que se pudieran desbordar. ¿Qué hacen nuestros líderes para prevenir? Como sea, es más conveniente pensar que hoy es el tiempo oportuno. Junto a la tristeza que nos causa la guerra y sus efectos devastadores y a la solidaridad que expresamos para quienes embarga el dolor y el desconsuelo, lo que sucede en el lejano Medio Oriente es una alerta si no una verdadera advertencia. Busquemos hoy irrenunciable e impostergablemente las bases para una paz justa y razonable. Un servicio que debe ser hecho con amor, porque de ahí surgen las actitudes que se necesitan para buscar las soluciones compartidas y porque es ahí donde encontramos las bases más profundas para el reconocimiento de la dignidad que todos nos merecemos, para que nuestro mundo sea más justo y más fraterno.