Las instituciones deben apoyar la superación de la cultura de descarte para avanzar hacia una sociedad de encuentro.
En sus diez años de pontificado, el Papa Francisco ha denunciado que uno de los perjuicios más severos del mundo actual es lo que ha llamado la “cultura de descarte”. Se trata de una ideología que conduce a separar a los seres humanos en categorías, de tal modo que quienes no cumplan los requisitos que impone la cultura estándar son, sistemáticamente, descartados y empujados a los márgenes del desarrollo humano.
El Santo Padre ha enfatizado entonces que esta práctica puede ser superada por una “cultura de encuentro”, un relacionamiento que busque puntos de contacto, construya puentes y proyecte una convivencia que nos incluya a todos y todas; tarea en la cual las instituciones de educación superior son fundamentales.
Es cierto que nuestro país ha concretado, mediante acentos políticos y una serie de leyes, mejoras notables para una mayor inclusión. El hecho concreto es que la población universitaria se aproxima al millón 250 mil alumnos y alumnas, una cifra que aumentó cinco veces en las últimas tres décadas. Podemos y debemos hacer aún más. Estos esfuerzos fortalecerán nuestra sociedad y le darán un propósito.
La universidad, como concepto, debe ser mucho más que una organización donde se enseñan y certifican competencias, tiene también la obligación ética de ser una institución solidaria que abre sus puertas a los jóvenes talentos de todos los orígenes, contextos sociales, culturales, étnicos o religiosos, lo que debe ser recordado en estos días en que cientos de miles de jóvenes deciden su futuro profesional.
No obstante, su misión no puede permanecer indemne a las características de su zona de emplazamiento. Nosotros estamos situamos en una de las regiones con la mayor tasa de pobreza multidimensional (19,8%) en el país y una de las que presenta los mayores rezagos en sus indicadores educativos: una tasa de analfabetismo de 5,5% versus el 3,1% promedio nacional; un menor promedio de escolaridad (9,9 años versus 11,1 años promedio nacional) y un mayor porcentaje de personas sin educación media completa (48,7% versus el 38,9% promedio de Chile).
Somos un territorio en que conviven realidades muy heterogéneas: ruralidad, interculturalidad, desigualdad socioeconómica, entre otras; y eso exige medidas decididas para tratar de atenuar las brechas e incrementar las oportunidades. Un ejemplo concreto y destacable es la denominada Preparación Académica Temprana -PAT-, programa que gestiona la Universidad Católica de Temuco.
La iniciativa trabaja con alumnos y alumnas de 38 liceos PACE de la Región de La Araucanía y 37 liceos propedéuticos, más la escuela de Talentos Pedagógicos, y benefició a 816 alumnos de 26 comunas, las que son apoyadas en distintas asignaturas para hacer una mejor transición entre la enseñanza media y la universidad. Hoy, el 12% de los estudiantes UCT ingresan con apoyos de este tipo y esfuerzos similares están haciendo todos los planteles.
No tengamos dudas de que este es el camino correcto, pues la suma de estas acciones son la concreción de que podemos superar la cultura de descarte para avanzar hacia una sociedad de encuentro.
El rol de las universidades es absolutamente fundamental en ello, en especial de una Universidad Católica en el contexto de La Araucanía.
+Jorge Concha Cayuqueo, Obispo Diócesis San José de Temuco