El Pbro. Juan Andrés Basly Erices, Administrador Diocesano, en su columna dominical, se refiere a que » Nuestro tiempo de espera de Adviento, está casi terminado y comienza la emoción de las celebraciones navideñas, anticipadas por muchos a nuestro alrededor. Pero, como cristianos, esperamos la venida de nuestro Salvador, cuyo nacimiento es nuestra principal razón para celebrar«.
A las puertas de la Navidad, las lecturas de la Liturgia de este Domingo IV del tiempo de Adviento. El Evangelio (Mt.1,18s) nos habla de la historia de María y José antes del nacimiento de Jesús. Ambos están llamados, de diferentes maneras, a una gran confianza y a tener fe en las promesas de Dios.
Sin embargo; los progresos de la ciencia parecen confirmar la ilusión de que el hombre es el dueño de la vida y que puede fabricarla. Conocemos hoy día los mecanismos de la transmisión de la vida, pero no por eso la vida debiera deja de ser un misterio que nos maravilla y que nos desborda y, en último término, es un don de Dios, el primero de sus regalos. Las familias cristianas deben abrirse a la vida, deben acogerla con amor, deben cuidarla y acompañarla hasta que la persona llegue a su madurez e incluso hasta el final de la vida. Si Dios es el origen de la vida, tampoco podemos disponer de la vida a nuestro antojo, ni al principio ni al final de la vida.
José y María formaban una pareja de prometidos, que todavía no vivían juntos. Sin duda, como todas las parejas de aquel tiempo, soñaban con poder finalmente vivir como esposos y tener hijos. Pero de pronto Dios irrumpió en la vida de María a la que eligió para ser su madre por obra del Espíritu Santo. José de pronto se da cuenta de que María está encinta, pero en un primer momento no conoce el misterio de la concepción virginal de Jesús (Mt 1,18-24).
José experimenta una crisis profunda pues no sabe por dónde ir. Su obligación era denunciarla y quedar libre de todo compromiso, pero esto choca con su manera de ser, un hombre justo, un hombre de Dios. Denunciar a María habría sido hacer recaer sobre ella el peso de la Ley y causarle sin duda alguna un gran mal. Probablemente José intuye que María es inocente y experimenta ante ella un temor reverencial, pero no sabe el significado de lo ocurrido.
En su discernimiento llega a la conclusión de que lo mejor es repudiarla o abandonarla en secreto, sin tener que enfrentarse con ella ni causarle ningún mal. Cuando ha tomado esta decisión se le revela el misterio de la concepción virginal de Jesús. María ha concebido por obra del Espíritu Santo y no por obra de varón. Respecto a ese niño, ante la gente, él será el padre y deberá ponerle por nombre Jesús, porque es el Salvador. José es introducido en el misterio y también nosotros, lectores, recibimos el significado de ese misterio. Se trata del cumplimiento de la profecía del Emmanuel que anuncia que una virgen dará a luz. Es Jesús, y no el hijo del antiguo rey, el verdadero Emmanuel, el Dios- con- nosotros (Is 7,10-14).
Dios con nosotros. Desde el momento que Dios se ha hecho “hombre” Dios ha dejado definitivamente de ser sólo “Dios en sí” para ser también “Dios-con-nosotros”. El evangelio de Mateo que comienza hablándonos del EMMANUEL, termina con estas consoladoras palabras: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. Desde este momento ya nadie podrá decir que está solo. Éste es el gran misterio de la Encarnación. Un misterio que debemos “contemplar” en Navidad, en cualquier rincón del mundo donde se represente un belén.