En tiempos de Jesús el mandamiento del amor al próximo como a uno mismo no era desconocido para los entendidos en los mandamientos de Dios a su pueblo, estaba en el libro del Levítico (19, 18). Sí es llamativala estrecha unidad que da al mandamiento principal, “amar a Dios por sobre todas las cosas” y el “amar al próximo”.
Cuando un experto en la ley le pregunta a Jesús, para ponerlo a prueba, « ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?», Jesús le responde: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37) y para reafirmar con toda claridad, le dice: «este es el primer mandamiento y el más importante»; y a continuación le dice: «el segundo es semejante a éste: amarás a tu próximo como a ti mismo» (Mt 22, 38). Hay un mandamiento que es el más grande y el primero, referido a Dios, y hay otro, que es el segundo, referido al próximo. En esos dos mandamientos se basan los demás mandamientos dados por Dios a su Pueblo.No son iguales pero son inseparables y así lo entendió y lo dice el Apóstol Juan en una de sus cartas:«si alguno dice: yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1Jn 4, 20);y agrega: «y nosotros hemos recibido de Él (de Cristo) este mandato: queel que ama a Dios, ame también a su hermano»(1 Jn 4, 21). Este amor al próximo, Jesús lo llama nuevo.
Cuando ya se acerca a Jerusalén para cumplir la voluntad de su Padre, y dar allí su vida por sus amigos, Jesús le dice a sus discípulos: «les doy un mandamiento nuevo»; al mandamiento del amor al próximo, lo llama también «mandamiento nuevo», y su novedad está en «la medida» de este mandamiento al próximo: «como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros» (Jn 13, 34). Es decir, la medida es el amor de Él por nosotros. Eso era desconocido; es nuevo porque nadie había amado así antes de Él. Y Juan nos ayuda a entender mejor esta novedad: «En esto hemos conocido lo que es el amor: en que Él ha dado su vida por nosotros»; luego, agrega: «También nosotros debemos dar la vida por los hermanos» (1Jn 3, 16).
Es grande el desafío, porque tenemos muchos obstáculos y resistencias que vencer dentro de nosotros mismos, pero ese es el camino que conduce a la vida; no hay otro. Es el camino de las bienaventuranzas. Un aliciente es tener presente que muchos hermanos nuestros ya lo han hecho y la Iglesia los reconoce como Santos; a ellos, el primero de noviembre ya próximo, los recordaremos y celebraremos en una sola gran fiesta: la fiesta de Todos los Santos. Los católicos creemos en la «comunión de los santos», en la unidad y solidaridad en la virtud de la caridad de los vivos y de aquellos que siguen en la presencia de Dios, que trasciende la distancia y el tiempo. Cada unode nosotros tiene muchas oportunidades en la vida para ubicarse en ese camino, sabiendo, además, que, el que cree, nunca está solo. Dios está con nosotros en el camino de la vida; nos sostiene y nos acompaña; nos reprende, nos enseña y nos ayuda. También interceden por nosotros María y los santos, porque Dios nos ama.