En medio de los ajetreos de esta época es bueno darse un tiempo para revisar lo bueno y lo malo del año que termina y los desafíos del que se avecina.
Los invito a mirar nuestra realidad nacional y regional, a la luz de la fe, para pensar en los desafíos que enfrentaremos y los discernimientos que tendremos que hacer.
La Región vive momentos complejos y desafiantes, que nos interpelan en cuanto a ciudadanos y cristianos. Vivimos inmersos en una sociedad pluricultural, cuestión que no siempre advertimos. En nuestras calles conviven personas con apellidos alemanes, italianos, mapuches, españoles, y de muchos orígenes; y detrás de cada uno de estos apellidos hay una cultura. Es una gran riqueza, que desaprovechamos al no verla. El gran desafío es aprender no sólo a tolerarnos sino a convivir, enriqueciéndonos en lugar de asustarnos con la diversidad que nos envuelve.
La falta de diálogo ha llevado a exacerbar una situación de violencia –que no tiene nada de nuevo pues la podemos encontrar en relatos de hace siglos- especialmente en los sectores rurales. Nuestro Obispo preside una mesa de diálogo que intenta encontrar una salida al problema. Si no aprovechamos esta oportunidad podemos seguir profundizando la espiral de violencia. Aprovecharla significa, a mi juicio, mirarnos profundamente, buscar con honestidad cuáles son los valores que nos unen, y a partir de ellos pensar entre todos en un futuro de entendimiento. Los cristianos creemos en el amor; creemos en que todas las personas, mapuches y no mapuches, ricos y pobres, mujeres y hombres, quienes vivimos en la ciudad y en el campo, hemos sido creados y somos profundamente amados por Dios, y por ello somos dignos y debemos tratarnos respetando la dignidad y derechos de todos y todas; creemos en el valor de la vida y no podemos tolerar más muertes de comuneros, de colonos o de carabineros. Son creencias profundas, pero no exclusivas; hay personas que no comparten nuestra fe pero pueden compartir estos valores, y eso es lo que necesitamos descubrir a través de un proceso de diálogo auténtico y profundo.
La Doctrina Social de la Iglesia nos enseña que el rol del Estado es el Bien Común; ese conocimiento podemos ofrecerlo como camino para avanzar en la construcción de una mejor región y de un mejor país. El Bien Común es tarea de todos y todas. Con esa mirada, podemos hacer sacrificios, e invitar a otras personas a hacerlos, en aras de una mejor convivencia. No podemos esperar que el Estado solucione los problemas, repartiendo más tierras o invirtiendo más en seguridad.
La pobreza sigue siendo un desafío ético que nos golpea la conciencia. Una vez más somos la región más pobre del país, dentro de un país que vive diferencias escandalosas. Ante esta realidad San Alberto Hurtado se preguntaba “¿Es Chile un país católico?”, y San Juan Pablo II cuando nos visitó decía: “los pobres no pueden esperar”. Son dos santos que nos interpelan la conciencia. Son muchas hermanas y hermanos quienes sufren a diario la vulneración de sus derechos más básicos por el hecho de vivir en pobreza. Superar la pobreza, en el país y en nuestra región, es un imperativo ético que no puede dejarnos indiferentes.
El país también vivirá momentos decisivos el año que viene. Nos encontramos inmersos en un proceso constituyente que ha despertado temores y esperanzas. Como ciudadanos tenemos la obligación moral de involucrarnos (a pesar de que la forma más básica de participación, el sufragio, ya no sea legalmente obligatorio); y como cristianos estamos llamados a dar testimonio y defender nuestros valores. La Constitución debe ser un espacio de encuentro en el que nos pongamos de acuerdo en las cosas que nos unen, en la organización que queremos darnos, y en la forma cómo resolveremos los desacuerdos. A lo largo de la historia de Chile nunca se ha vivido un proceso que termine con una Constitución de estas características, y esta podría ser la oportunidad de hacerlo. Pero ello exige generosidad y compromiso de todos los sectores, pensar en el Bien Común antes que en la defensa de intereses propios o cálculos de corto plazo. Como Iglesia tenemos el deber de involucrarnos con esa mirada. Parafraseando al Papa Francisco, se trata de aportar en la construcción de una casa común, que para que sea de verdad común debe ser percibida como propia por todos, y no construida sobre la base de la imposición de unos sobre otros.
El 2017 tendremos elecciones presidenciales y parlamentarias. Será un momento de discernimiento social y personal, para rezar y pensar el país que queremos construir. No da lo mismo quién nos gobierne ni cuáles sean las orientaciones de los parlamentarios. Entre los católicos tenemos legítimas diferencias, somos una comunidad viva y no un movimiento político, y cada quien debe discernir en conciencia, dejándonos iluminar por el Espíritu, qué propuestas y qué personas pueden contribuir a la construcción de una sociedad más humana y más cristiana, en que podamos vivir la civilización del amor, en que nos respetemos como criaturas de Dios que somos.
Finalmente, seamos conscientes que las autoridades que podamos elegir no lo harán todo, por eso no podemos olvidar nuestras obligaciones como ciudadanos y como cristianos en la construcción de una sociedad mejor que encarne los valores del Reino entre nosotros.
Juan Pablo Beca F.
Vice Decano Fac. Ciencias Jurídicas, UCT