El 5 de Julio, nuestro querido obispo de Temuco, mons. Héctor, compartió vía fabebook live, su historia de vida sacerdotal, -misa que transmite todos los domingos a las 11 horas-, donde junto a su gran testimonio, las parroquias y sus comunidades, compartieron junto a él.
Como todo sacerdote estoy desafiado diariamente a nutrir el corazón con la caridad de Cristo Pastor, y a servir según los sentimientos de su Sagrado Corazón.
Testimonio de un Pastor
[dropcap]E[/dropcap]n estos días, queridas hermanas y hermanos en el Señor, me he visto a mí mismo volviendo una y otra vez al origen de la vocación…la que sin duda comienza en el seno de mi familia, conformada por mis padres José y Maximiliana, mis dos hermanos y dos abuelos. Una familia, si bien con las dificultades y problemas de muchas, constituía un ambiente de cariño, alegría, esfuerzo sacrificado, sencillez y de muchos familiares y amigos, donde aprendimos a amar y ser amados, que entonces se preocupó de enseñar a sus tres hijos desde pequeños las primeras oraciones, el cariño a la Virgen María, un gran respeto a Dios, la preocupación por la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana y el matricularnos en colegios de Iglesia. Más allá de lo anterior, resulta clave la firme decisión de ingresarme a los 6 años al Instituto Salesiano de Valdivia.
Durante todo el colegio, descubrí un ambiente rico en propuestas educativas pastorales, que hacían de él una casa que acoge, una escuela que prepara para la vida, una parroquia que evangeliza y un patio en donde compartir con los amigos y vivir en la alegría. Este ambiente y vivencia moldeó fuertemente mi persona. Todo en medio de la presencia animadora y fraterna de muchos sacerdotes.
Hacia fines del último año, fui invitado por el Colegio a participar como miembro del Centro de Alumnos en la ordenación sacerdotal de un exalumno en Santiago. Esta experiencia causó en mí una profunda impresión…tanto, que todos aquellos sentimientos y experiencias vocacionales de niño en el colegio, volvían a despertar con fuerza, algo que creía olvidado: el ideal del sacerdocio. También motivado por tantos sacerdotes, que con su estilo fraternidad, alegría y entusiasmo, testimoniaban una opción de vida consagrada que invitaba a considerarla para sí mismo.
A ratos sentía que esta situación me inundaba de un gozo muy profundo difícil de expresar, y que a ratos también me desconcertaba generando legítimos temores y mucha incertidumbre. Discernía en una complicada soledad si mi futuro estaría relacionado con la política, con el sacerdocio o con el mundo universitario al que me aprontaba y anhelaba. Finalmente expresé mi inquietud vocacional a la Comunidad Religiosa del Colegio y luego a mi familia. Al año siguiente, ingresaba al Noviciado de la Congregación Salesiana, dando inicio a mi formación a la vida consagrada. Después de 10 años de formación académica, espiritual y pastoral, mi Maestro Novicios, luego Obispo de Punta Arenas, en un día como hoy, 5 de Julio de 1980, me consagraba sacerdote salesiano en el Templo Don Bosco de La Cisterna, abarrotado de jóvenes.
Ese día siguiendo el ejemplo de nuestro Padre Fundador, San Juan Bosco, asumí un desafío para toda la vida: de esforzarme en ser sacerdote para los jóvenes y el pueblo sencillo. Desde entonces, viví el sacerdocio a través de distintas responsabilidades en la misión educativa-pastoral, al servicio de la evangelización de la juventud en Colegios, Parroquias, Centros Juveniles, formación de jóvenes seminaristas, movimientos juveniles, pastoral familiar y en tareas que mis Superiores me permitieron realizar al servicio de la Iglesia. Un cura al servicio de sus grandes interrogantes, carencias, dolores y cuestionamientos, búsquedas de sentido, y anhelos de compromiso en la transformación de la sociedad y vida plena. Todo ello me llevó a la conclusión que lo anterior requiere una alianza con sus padres, y esto me llevó necesariamente a trabajar mucho en la pastoral matrimonial y familiar, e impulsar Movimientos Eclesiales en este sentido.
A fines del año 2003, el Papa San Juan Pablo II, me nombra Obispo de San Marcos de Arica, siendo consagrado por el Cardenal Francisco Javier Errázuriz en la explanada de la Catedral. Implicó asumir mi labor pastoral en ese extremo del Norte Grande, sumándome al testimonio de esa Iglesia del desierto, humilde, de muchas comunidades eclesiales, gran participación de fieles y muchos agentes pastorales. Solidaria con las grandes batallas de una Región extrema, servidora en un contexto de particular vulnerabilidad, multicultural y andino, de gran migración y tensiones internacionales por su condición fronteriza, de marcada presencia en la educación y de profunda religiosidad popular y mariana. Hoy no puedo dejar de expresar mi enorme cariño y gratitud a esa tierra que me enseñó a ser Pastor.
Casi 10 años después, el Papa Francisco me nombra Obispo de esta querida Diócesis de San José de Temuco, Sede que asumí en nuestra Catedral el 6 de Julio del año 2013, tocándome en suerte una tierra llena de grandes desafíos políticos, sociales, económicos, interculturales y étnicos. Con una Iglesia muy viva e históricamente comprometida con su doctrina social. Una Iglesia consolidada, de valiosas Instituciones, Congregaciones Religiosas, Movimientos Eclesiales y Parroquias de larga tradición evangelizadora al servicio, la catequesis, la educación escolar, superior y especial, la promoción y desarrollo humano en red con el mundo público y privado, los niños, jóvenes, familias, adultos mayores, la pastoral rural, del dolor y la escucha, y la solidaridad hacia quienes sufren por diversas situaciones de grave vulnerabilidad, como el acompañamiento y formación continua de miles de agentes pastorales laicos y consagrados.
Una Iglesia, que desde su creación como diócesis hace casi un siglo, de muchas formas se ha esforzado por compartir con el noble pueblo mapuche, aprender, valorizar y promover la riqueza de su cosmovisión y cultura, el reconocimiento y respeto de su igual dignidad, y hacerse eco de sus legítimas demandas. Una tierra que siento como propia, donde a diario experimento que sus búsquedas, alegrías y esperanzas de futuro, como sus dolores y angustias, forman parte también de las grandes preocupaciones de este Pastor.
Siento que en cada una de las misiones encomendadas, el Señor no obstante mis humanas resistencias, me fue moldeando para desempeñarlas con corazón sacerdotal, anunciando la palabra, santificando y animando la comunidad. He aprendido por ello que como todo sacerdote estoy desafiado diariamente a nutrir el corazón con la caridad de Cristo Pastor, y a servir según los sentimientos de su Sagrado Corazón. Esta dimensión de nuestro sacerdocio ha querido ser el lema que inspire y anime mi labor de obispo: Testimonio de Cristo Pastor.
Queridos Hermanos, concluyo este testimonio de vida con un corazón profundamente agradecido del llamado que un día el Señor me hizo a compartir su sacerdocio, en un acto de total gratuidad y sin el más mínimo mérito de mi parte. Sacerdocio que ha tenido gran parte de los ingredientes de su propio sacerdocio, con momentos de inmenso gozo y consuelos, como también de grande sufrimiento y de profundo sabor sacrificial.
La vida, me ha enseñado que todo ello, ha sido fundamental para ir madurando mi propia existencia y ministerio, y que la salvación del Pueblo santo de Dios pasa necesariamente por la donación total y la experiencia de la cruz de sus sacerdotes.
Así mismo, Dios me ha concedido la gracia, y no sin dificultades y desconciertos, que esta ofrenda de cada uno de nosotros, sus sacerdotes, es hermosa, ya que la entrega total de sí por amor, no puede sino despertar desde los más profundo de sí mismo, un gozo y una alegría difícil de explicar y que este mundo no podría entender. En definitiva, como dice el Apóstol Pablo, “Todo es Gracia”.
Por ello, ustedes deben orar incesantemente por sus sacerdotes y Obispo. La misión que se me asigna como tal, es trabajar porque la Iglesia, en cuanto Pueblo de Dios conformado por los todos los bautizados, efectivamente cumpla su rol de anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio. (EG).
Finalmente, deseo agradecer. Ante todo a mi querida y extensa familia, incluido el bendito regalo de mis 7 sobrinos nietos. A Federico, con quién mi joven madre viuda se casó, y que fue mi padre a todo efecto durante casi 60 años. A cuantos el Señor ha puesto en mi camino a lo largo de la vida: amigos, formadores, hermanos y hermanas de la familia salesiana, y hermanos obispos, jóvenes, educadores, exalumnos, agentes pastorales, hermanas y hermanos de la vida consagrada.
A los colaboradores, bienhechores, constructores de la sociedad, Diáconos y ministros, a tantos fieles, mujeres y hombres a quienes he podido servir por medio de mi sacerdocio, y quienes he recibido tanta ayuda y gratitud por la misión de la Iglesia. A mis apreciados sacerdotes, deseo en justicia darles tales y tantas gracias por su ejemplo de vida cristiana, servicio a la Iglesia y a mi ministerio, afecto y cercanía, que no sé ni cómo hacerlo. Y a todos a su vez, pedir humildemente perdón por las ocasiones en que no he logrado estar a la altura de lo que se espera de un Pastor, desdibujando el sacerdocio del Señor. Que María Santísima, siga siendo la gran Auxiliadora del Pueblo Santo de Dios, de mi vida y ministerio sacerdotal, en medio de todos ustedes.
Dios sea bendito!. “