El Obispo diocesano, monseñor Héctor Vargas Bastidas, en su columna dominical del domingo 8 de noviembre, publicada en el Diario Austral de la ciudad de Temuco, se refiere a la contingencia actual de nuestra región.
En estos días nuestra Región profundamente golpeada por la pobreza y la falta de oportunidades, la polarización, el incumplimiento de las promesas al Pueblo Mapuche y el sentimiento de abandono por lo que consideran falta de Estado, se ha visto conmocionada por la muerte de un joven carabinero. Se suma a la muerte de comuneros mapuche, campesinos, parceleros y agricultores, trabajadores de faenas y transporte, como a las numerosas personas heridas por ataques indiscriminados sin importar edad, género, raza ni condición social. Las consecuencias suelen ser devastadoras en muchos sentidos y algunas secuelas durarán de por vida. Ninguna causa personal, de sectores o grupos, ni del fanatismo religioso, ni del Estado, justificará jamás el desprecio del primero de los Derechos Humanos como es el don sagrado de la vida humana, desde su origen en el vientre materno hasta su muerte natural. Miles de años de evolución y permanece el mayor pecado de auto concederse el derecho de poner fin a la vida de otro ser humano. Esta será siempre la base de las mayores violencias, que solo podrá acarrear nuevos y mayores males. La historia enseña que la violencia nunca será el mejor camino para auténticas transformaciones, debida justicia y sana convivencia social, menos si es irracional, indiscriminada y contra inocentes.
Jesús proclama bienaventurados a los que lloran, por todas las situaciones de dolor, sufrimiento y angustia, ya sea por los propios pecados y errores, como por los que causan otros, pero que a pesar de todo no se desaniman, ya que confían en el Señor y se acogen bajo su amparo. No son indiferentes al dolor, pero tampoco endurecen sus corazones con odio, resentimiento o venganza, sino que esperan ante todo y con paciencia, en el consuelo de Dios y su justicia. Y la fe les dice que Dios es justo y que ese consuelo lo experimentarán ya en esta vida. Por eso el Señor invita a la mansedumbre de aquellos que tienen dominio de sí, que dejan sitio al otro, que lo escuchan y lo respetan en su forma de vivir, en sus necesidades y en sus demandas. No pretenden someterlo ni menospreciarlo, no quieren sobresalir y dominarlo todo, ni imponer sus ideas e intereses en detrimento de los demás. Es elegir la misericordia, confiarse al Señor en la aflicción; esforzarse por la justicia y la paz, todo esto significa ir a contracorriente de la mentalidad de este mundo, de la cultura de la posesión, de la diversión sin sentido, de la arrogancia hacia los más débiles.
Por tanto afirma Francisco, no debemos olvidar que la vida es el arte de una cultura del encuentro, que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible. Una cultura que de cuenta que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos, hasta convertirse en deseo y en estilo de vida. Lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar. El amor al otro por el solo hecho de ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posible la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos. Sin dudas, se trata de construir la humanidad desde otra lógica, en que aceptando el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra política, en otra humanidad, y otra Araucanía.