Diócesis de Temuco

Monseñor Héctor Vargas “El latir del Resucitado se nos ofrece como don”

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Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena.

En la Solemne Vigilia Pascual presidida por nuestro Obispo Monseñor Héctor Vargas Bastidas, en el Templo Catedral de Temuco, la gran cantidad de fieles asistentes celebraron la Resurrección del Señor con gran recogimiento.

Fue así, que en esta Noche Santa en la que con toda la Iglesia, se elevó la oración de alabanza y gratitud a Dios Padre, porque ha estado grande con nosotros resucitando a Jesús y con Él otorgándonos nueva vida.

La celebración en el Templo Catedral, la presidió monseñor Héctor Vargas, Solemne Vigilia que se constituyó por una serie de profundos signos que nos manifestaron y comunicaron esta gran noticia de la Resurrección, donde nuestro pastor, en medio de la oscuridad iluminados sólo por el brillo del fuego,  encendió el Cirio Pascual que representa a Cristo Resucitado, que en procesión avanzó hacia el presbiterio. Luego se escuchó el Pregón Pascual, acción salvadora de Dios en la historia con el relato de las lecturas bíblicas.

Tras la Liturgia de la Palabra se entonó el Gloria y el Aleluya, como expresión de triunfo y alabanza. Monseñor Héctor Vargas Bastidas, en su homilía señaló que: “En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. No se convencen que todo haya terminado de esa forma. Podemos imaginar sus rostros bañados por las lágrimas, y la pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?.”

Ahondó sus palabras, señalando que: “En sus rostros, podemos encontrar el de tantos hombres y mujeres que resisten el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana.  El rostro de aquellos que sufren el desprecio por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas. El rostro de madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo el peso de la corrupción, de la droga, la pobreza y la violencia, que quitan derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y estéril que no permite que las cosas cambien. Ellas, en su dolor, son el rostro de todos aquellos que, caminando por la ciudad, ven crucificada la dignidad”.

Alentó a estar confiados en la fidelidad de Dios, dado que: “Nuestro corazón sabe que las cosas pueden ser diferentes, pero casi sin darnos cuenta, podemos acostumbrarnos a convivir con el sepulcro y la frustración. Más aún, podemos llegar a convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos. Así, no sólo muere el Maestro, con él muere también nuestra esperanza (…) El latir del Resucitado se nos ofrece como don, como regalo, como horizonte. El latir del Resucitado es lo que se nos ha regalado, y se nos quiere seguir regalando como fuerza transformadora, como fermento de nueva humanidad. Con la Resurrección, Cristo no ha movido solamente la piedra del sepulcro, sino que quiere también hacer saltar todas las barreras que nos encierran en nuestros estériles pesimismos, en nuestros calculados mundos conceptuales que nos alejan de la vida, en nuestras obsesionadas búsquedas de seguridad y en desmedidas ambiciones capaces de jugar con la dignidad ajena”.

Monseñor Vargas, nos alentó a que: “También nosotros vayamos a anunciar a todos esos lugares en donde pareciera que la muerte y el sepulcro han tenido la última palabra, ¡que el Señor está vivo!,  queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad”.

“Mi augurio de una hermosa y Feliz Pascua de Resurrección: Jesucristo ha resucitado y con El renueva todas las cosas, resucita el Universo, resucita el Cosmos, la Creación y lo más importante que también cada uno de nosotros estamos invitados a resucitar a una vida nueva, a una vida verdaderamente distinta, diferente, de una vida que ha sido tocada por Dios, por la fuerza salvadora y sanadora de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y ojalá que se pueda notar en nuestras personas, en nuestras familias y de manera particular en nuestra sociedad, que se pueda sentir, que se pueda notar que efectivamente Cristo ha resucitado y que todos estamos invitados a participar de esta Resurrección, que todos estamos invitados a vivir nuestra vida de una manera totalmente nueva, de unos criterios completamente diferentes, que nacen efectivamente de Jesús Resucitado”.

Finalmente, hizo el llamado muy enérgicamente a no farrearnos la Resurrección: “Ese es mi augurio para todos, sería muy triste, muy lamentable que nosotros nos farreáramos efectivamente la Pascua, que nos farreáramos la Resurrección e insistiéramos en vivir encerrados en nuestras tumbas, en nuestros sepulcros, tapados por rocas y piedras que no nos dejan vivir nuestra vida a pleno pulmón y con la libertad que Cristo nos ha ganado. Ojalá que no continuemos con las viejas actitudes de siempre, con los mismos prejuicios, con las mismas actitudes, las mismas formas de pensar, que la Pasión de Cristo verdaderamente nos haya marcado, nos permita resucitar como hombres y mujeres nuevos, capaces de construir una sociedad diferente desde el amor del Resucitado”.

Antes de la bendición final, Monseñor Vargas, hizo un especial reconocimiento al Director del Coro Catedral, don Fernando Trujillo Cárdenas, por su destacada labor frente a la Coral y Orquesta San José con motivo de la visita del Papa Francisco a nuestra ciudad. Monseñor le hizo entrega de la Medalla Pontificia en agradecimiento a su valiosísimo trabajo, esfuerzo y dedicación en lo que respecta a toda la parte musical de la Santa Misa, presidida por SS Francisco.

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