Con motivo del inicio de un nuevo año educativo, son muchos los análisis, debates y propuestas que se realizan en torno a la educación, ocasión que nos permite recordar que las escuelas y la educación superior, dan una gran contribución a la persona de los estudiantes, a la misión de la familia y la sociedad, sobre todo cuando están al servicio del crecimiento en humanidad, en el diálogo y en la esperanza.
En efecto, frente a un individualismo intrusivo, que hace humanamente pobre y culturalmente estéril, es necesario humanizar la educación. De este modo, no nos cansaremos de proclamar que la educación está al servicio de un humanismo integral, y que toda auténtica educación, siempre debe mirar a las generaciones más jóvenes en la perspectiva de la formación de la persona humana, en orden a su fin último y al bien de las varias sociedades, de las que el hombre es miembro, y de cuyas responsabilidades deberá tomar parte una vez llegado a la madurez.
Otra expectativa es hacer crecer la cultura del diálogo. Nuestro mundo se ha convertido en una aldea global con múltiples procesos de interacción, donde cada persona pertenece a la humanidad y comparte la esperanza de un futuro mejor con toda la familia de las naciones. Al mismo tiempo, por desgracia, hay muchas formas de violencia, pobreza, explotación, discriminación, marginación, enfoques restrictivos de las libertades fundamentales que crean una cultura del descarte. En este contexto, las instituciones educativas están llamadas en primera línea a practicar la gramática del diálogo que forma al encuentro y a la valorización de la diversidad cultural y religiosa.
En un sentido más específico, escuelas y universidades están llamadas a enseñar un método de diálogo intelectual dirigido a la búsqueda de la verdad. Santo Tomás ha sido y sigue siendo un maestro de este método, que consiste en tomar en serio a la otra persona, al interlocutor, procurando llegar al fondo de sus razones, de sus objeciones, para responder de una manera no superficial, sino adecuada. Sólo así, se avanza realmente juntos en el conocimiento de la verdad.
Finalmente, no olvidar nunca la contribución de la educación a sembrar esperanza. El hombre no puede vivir sin esperanza y la educación genera esperanza. De hecho, la educación es un dar a luz, es un crecer, se coloca en la dinámica de dar vida. Y la vida que nace es la fuente por excelencia de la esperanza. Estamos convencidos de que los jóvenes de hoy necesitan sobre todo esta vida que construye el futuro. Por lo tanto, el verdadero educador es como un padre y una madre que transmite una vida capaz de futuro. Para tener este pulso hace falta oír a los jóvenes!. La esperanza no es un optimismo superficial, ni tampoco la capacidad de mirar las cosas con benevolencia, sino ante todo es saber arriesgarse de la manera correcta, igual que la educación.
A todas las comunidades educativas en el nuevo año, nuestro mejor augurio en la delicada, desafiante y hermosa tarea de educar.