Diócesis de Temuco

 Monseñor Héctor Vargas “Pandemia y sentido de la oración”

En su columna dominical del Diario Austral de la capital regional de La Araucanía, el Obispo de la Diócesis de Temuco, se refiere a la vitalidad de la oración en cada cristiano, plegaria que nos fortalece y nutre cada día.

La brutal experiencia del Covid19 y consecuencias, ha llevado a un porcentaje no menor de la humanidad a hacerse preguntas sobre cuestiones a las que hace mucho tiempo no les daba mayor o ninguna importancia. Ha surgido la necesidad de buscar respuestas más allá de las seguridades propias de este mundo y que se derrumbaron. Muchos se han ido “hacia dentro” de sí mismos sedientos de esencialidad.  Ha comenzado una nueva necesidad del sentido existencial y  trascendente de la vida. Retomar la práctica de la oración es una expresión de ello. Práctica que pertenece a todos: a los hombres y mujeres de todas las religiones, y probablemente también a los que no profesan ninguna. Surge en el secreto de nosotros mismos, en ese lugar interior que los autores espirituales a menudo llaman el «corazón». Orar, por lo tanto,  no es una de nuestras facultades marginales, sino que  forma parte del misterio más íntimo de nosotros mismos. Nuestro misterio personal es el que reza. La oración es una invocación que nace en las profundidades de nuestra persona y se extiende, porque siente la nostalgia de un encuentro con otro, un “tú”.

La oración del cristiano, surge de una revelación: el «Tú» no está envuelto en un misterio oculto, sino que es Él quién nos busca, y por ello ha entrado en una relación con nosotros,   revelándose y manifestándose a la humanidad, naciendo entre nosotros, y ofreciendo su amistad a todas las personas. El Evangelio de Juan afirma: «nadie ha visto a Dios: es el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, lo reveló» (1:18). Fue Jesús quien nos reveló a Dios. Los cristianos, en efecto,  recurren a su Señor y se atreven a llamarlo con confianza con el nombre de «Padre».

Es más, podemos pedirle a Dios todo, sin importar si nos sentimos culpables en la relación con Él, porque igual sigue amándonos. Dios es un aliado fiel: si los hombres dejan de amar, él continúa amándolo, incluso si ésta forma de amar  lo lleva al Calvario. Dios siempre está cerca de la puerta de nuestro corazón y espera a que la abramos.  La paciencia de Dios es la paciencia de un padre y una madre juntos. Siempre cerca de nuestro corazón, y cuando toca, lo hace con ternura. Tratemos de rezar poniéndonos en oración en los brazos misericordiosos de Dios, sentirnos envueltos en ese misterio de plenitud. Este es el Dios al que rezamos los cristianos. Desde esta experiencia mística, podremos experimentar nuestro propio misterio interior, descubrir lo mejor de nosotros mismos, y ponerlo por amor al servicio de la vida y dignidad de la humanidad, que de muchas maneras  busca a tientas a Dios.