Diócesis de Temuco

Monseñor Héctor Vargas “Una constitución, al servicio de la dignidad humana”

En su columna dominical del Diario Austral del domingo 11 de abril,  el Obispo de la Diócesis San José de Temuco, profundiza en el rol del ser humano en el proceso de la constitución política en la sociedad.

Una Constitución que busque una sociedad justa, puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada.  En ningún caso, por eso, la persona puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo, y menos sometida a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad. La persona, por tanto, no puede estar pensada en vista a  proyectos de carácter económico, social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso de la comunidad civil en su conjunto, o de otras personas, en el presente o en el futuro. Así, la persona es concebida como sujeto activo y responsable del propio proceso de crecimiento, junto con la comunidad de la que forma parte.

Por ello, tampoco debe ser considerada como mera célula de un organismo dispuesto a reconocerle, a lo sumo, un papel funcional dentro de un sistema, lo que obedecería a visiones antropológicas insuficientes y drásticamente reductivas, que tergiversan la plena verdad del ser humano, ya que la persona no puede ser comprendida como un simple elemento y una molécula del organismo social, que terminaría promoviendo una visión individualista o masificada de la misma.

En efecto, no han faltado en el pasado, y aún se asoman dramáticamente a la escena de la historia actual, múltiples concepciones reductivas, de carácter ideológico o simplemente debidas a formas difusas de costumbres y pensamiento, que se refieren al hombre, a su vida y su destino. Estas concepciones tienen en común el hecho de ofuscar su imagen, acentuando sólo alguna de sus características, con perjuicio de todas las demás.

El ser humano existe como ser único e irrepetible, capaz de autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse, y debe ser comprendido siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuya historia única y distinta de las demás. expresa su irreductibilidad ante cualquier intento de circunscribirlo a esquemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o no. Esto impone, ante todo, no sólo la exigencia del simple respeto por parte de todos, y especialmente de las instituciones políticas y sociales y de sus responsables, en relación a cada hombre y mujer de este mundo, sino que además, y en mayor medida, comporta que el primer compromiso de cada uno hacia el otro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe situar en la promoción del desarrollo integral de la persona.

El desplazamiento de la primacía del ser humano del centro inspirador de toda una Constitución política, podría correr el riesgo de reducirla a un simple espejo de las ideas dominantes, por medio de un consenso superficial y negociador. Así, en definitiva, no la auténtica justicia para todos, sino la lógica de la fuerzas ideológicas es lo que se impondría.